¿Cómo llegamos aquí?

Escribo en caliente pero con la cabeza lo más fría posible. Pasemos revista a los hechos que parecen haber conducido al país a esta lamentable situación.

2015 (31 de diciembre en la noche): se aprueba una ley electoral lamentable, llena de vacíos y con el proceso ya comenzado.

2016: arranca una carrera por el poder con corredores tullidos, ciegos o delincuenciales. En el camino queda Guzmán que comenzó a correr sin estar inscrito, Acuña que trasgredió un reglamento que se instauró después de comenzar la carrera y funcionó de manera retroactiva. Los dos tenían posibilidades pero el primero se ubicó en FB y arriba sin arraigo popular y con un discurso tecnócrata, facilongo y débil. Y el segundo era demasiado, ya demasiado circense y, entre la copia y el plagio, las cantinfladas dignas de meme y el sabor a cutra de toda su hoja de vida terminó por desaparecer sin pena ni gloria.

Desaparecidos estos dos y muertos todos los consabidos enanos electorales, entre los cuales tuvimos al principesco Barnechea que por no comer chicharrón, murió de intoxicación política.

Quedaron dos contendientes representando las dos fuerzas ya clásicas en lo que se nos ha dado (a falta de otra cosa) por llamar política: el fujimorismo y el antifujimorismo. La peli de votar entre cáncer y sida se repetía una vez más. Cabe mencionar que Keiko incurrió en la misma falta de Acuña de ofrecer dádivas pero se hizo una interpretación auténtica y la Virgen María la protegió según Chlimper. Y, bueno, terminadas las elecciones se hizo otra auténtica interpretación para salvar al Apra que había caído debajo de la valla electoral.

Quedaron en el ring: PPK, un anciano de saco, corbata, flautista, educado y con fama de economista brillante; y Keiko, la heredera del imperio fujimorista, sin mucho mérito pero con adhesiones muy fuertes al recuerdo de su padre. Es decir: la tolerancia global contra el orden nacional. Como somos un país de tradición autocrática tendíamos al orden. Como somos también un país comodón y sin memoria tendíamos al rollo tolerante y progresista, o sea, la boheme criolla.

Se partieron las aguas: el ejecutivo le tocó a PPK y el legislativo a Keiko. La heredera de don Alberto nunca perdonó: ni a sí misma por haber perdido ni a PPK por haberle ganado con la suma de un coro de voces de los más disímiles, una caterva de personajes similares a los que mataron a Aslan en las crónicas de Narnia.

2017: Listo. Con eso ya teníamos la introducción a este drama que comenzó como comedia, mientras el piloto automático de la economía y el milagro peruano permitía cierta comodidad, y va terminando como tragedia, porque ahora sí da miedito.

Se inició la guerra pírrica de FP y su principal arma fue la unidad cerrada de sus parlamentarios que se fue destejiendo poco a poco por la demasiado baja calidad humana de sus soldados y dilapidó su mayoría en la venganza ridícula de su lideresa. Al frente los PPkausas quejándose de obstruccionismo.

Todo parecía desenvolverse como siempre en este país centralista y alimeñado, en el que hasta la gripe se acojuda que diría un alcalde del siglo XIX, hasta que apareció la sombra de Odebrecht y el apocalipsis zombie para todo el mundo. Allí tuvimos el episodio de las mentirijillas de PPK, las movidas, compras, ventas, avengers y cuchilladas por la espalda en el Congreso intercambiando el indulto presidencial al exp-presidente Alberto Fujimori por evitar la vacancia en Navidad. El 2017 terminaba con el anciano abrazado a Kenyi Fujimori, bailando con su consabido ritmo de la creatura de Frankenstein por haberse salvado hasta la próxima.

2018: Y en marzo llegó la próxima. James Bond Mamani destapa las oscuras conspiraciones pitucas con invitaciones a almuerzos recontra fichazos y en San Isidro, cholo, de los amigos de PPK y todo se va al traste dándonos el triste espectáculo del señorón gritando que los delincuentes lo sacaron del sillón presidencial, cuando en realidad lo que vimos fue el destape horrendo de una fortuna construida con cutritas, cutras y cutrotas de nuestro presidente de lujo.

El año siguió con el paralelo autodesprestigio del Congreso de la República. Balazos al pie, congresistas que no recordaban en qué colegio estudiaron y congresistas cuya promoción de colegio no las recordaba, James Bond Mamani en un curioso y cochino episodio en un avión, tránsfugas, choros, gentes de mal pelaje, blindajes, favorcitos y favorsotes terminaron por embalsarse peligrosamente.

Se suma la danza macabra el Poder Judicial, los hermanitos, las entraditas para ver a Perú en Rusia. Gareca se había hecho presidenciable con la clasificación, se reparten prisiones preventivas para todos. Hay que decirlo: eso sí fue más o menos democrático.

En julio asume el poder el primer vicepresidente Martín Vizcarra. Un breve luna de miel y cierta esperanza fundada en su gestión regional de Moquegua y oscurecida por manejos no muy transparentes en el nunca construido aeropuerto de Chinchero.

En octubre se revoca el indulto humanitario a Fujimori papá y se le da treintaiséis meses de prisión preventiva a Fujimori hija. Para muchos obra del Señor de los Milagros, para otros, una gran injusticia. Y, como hace un buen rato, la polarización impide dilucidar con claridad.

Vizcarra promete, promete y promete sin prometer, mientras comienza a fraguarse la idea de que nada funciona por culpa del Congreso, algo bastante conveniente para ocultar su incapacidad de gestión y el fantasma de Chinchero. Y ocurre lo lógico: comienza a moverse con encuestas y a golpear al Legislativo, cosa que lamentablemente siempre daría réditos con un parlamento como este. Sube y baja de popularidad, estilo plebiscitario cada vez más marcado, alusiones constantes a la voluntad del pueblo, y la gran bandera de la lucha contra la corrupción, en los poderes que no son el suyo, porque hasta donde hemos visto, el reflector nunca se dirigió a Palacio.

2019: repartición masiva de prisiones preventivas, gente saltando por las ventanas, un ex presidente que nunca termina de venir para cumplir su condena, una ex alcaldesa lloriqueando que aceptó dinero de Odebrecht por bondad y amor a Lima, jueces huyendo, otros perseguidos, un ex militarote machote escondido, procuradores heroicos según unos, y cobardes según otros. Curiosa relación de algunos de estos héroes-villanos con el gobierno de turno. La prisión preventiva para Alan García lo deja sin capacidad de maniobra y se suicida. La polarización crece como espuma. Como suele ocurrir en estos casos, los medios cobran protagonismo y ya nadie sabe nada, o casi nada, de lo que realmente está pasando. Solo nos queda el apasionamiento, la burla mutua y cierta indignación vaga que no se hace violenta por cansancio y comodidad.

El enfrentamiento se agudiza: el ejecutivo lanza gestos constantes de presión al Congreso, el Congreso se defiende con bravatas que a nadie le importan.

30 de setiembre (a las 18:00 pm aprox): disolución materialmente anticonstitucional del Congreso. Y no, no se trata de interpretaciones. El reglamento del Congreso y la Constitución son clarísimos. Martín Vizcarra se basa en una interpretación suya y lo anuncia antes: daré como denegada la cuestión de confianza. El Congreso también hace una movida anticonstitucional forzando un artículo, nombra presidente a Mercedes Araoz que jura con voz temblorosa, algo que parece ser miedo o gozo por tener el anillo, como el Gollum. 

1 de octubre (en la tarde): el ejército respalda a Vizcarra que aparece en una foto idéntica a la de Fujimori en el 92, Mercedes Araozrenuncia a un encargo imposible de cumplir. Guerra de leyes, interpretaciones, acusaciones mutuas de ignorancia o mala leche entre constitucionalistas. Hay que reconocer que es un riquísimo material para la discusión académica posterior. Algo hay que rescatar ¿no?

Listo, en eso estamos. Episodio gozoso para unos, triste para otros, muy peligroso para todos. Como comienza una comedia surrealista italiana: io sono il prologo.

José Manuel Rodríguez Canales

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