Juzgar al pasado con los ojos del presente es un error e intentar cancelarlo, iluso. Las manifestaciones de esta evaluación como el derribamiento de las estatuas de Cristóbal Colón por grupos protestantes o la cancelación de HBO Max de la película “Lo que el viento se llevó”, componen una búsqueda ingenua de la igualdad en contra del racismo que no es útil y tampoco es una posición realista o sensata. Este proceder de pintar al pasado con colores del presente para eliminarlo y crear un ambiente global más justo, es también un atentado contra la libre expresión de aquellos a quienes se les ha quitado la oportunidad de juzgar por ellos mismos. Esta nueva especie de censura, es la expresión del dogmatismo sofocante de la cultura de la cancelación, que ya se ha manifestado en tiempos pasados.
El asesinato de George Floyd que tuvo lugar el 25 de mayo del 2020, en Estados Unidos, ha provocado una oleada de protestas en contra del racismo y en contra de la violencia policial no solo en el país norteamericano, sino también en todo el mundo. Estas protestas inicialmente pacíficas se convirtieron en desórdenes callejeros que resaltaban por saqueos a las tiendas y violencia contra la policía (Ros, 2020). En este marco, la expresión antirracista de los manifestantes continuó con el derribamiento de estatuas de personajes históricos vinculados a la esclavitud, la discriminación y el colonialismo. Entre estas esculturas derruidas se encuentran las de Williams Carter Wickham, Robert E. Lee, Edward Colston, el rey belga Leopoldo II y Cristóbal Colón. Otras más, sin ser derribadas, fueron pintadas con insultos a los personajes que representan: Miguel de Cervantes, el misionero Junípero Serra en San Francisco, Abraham Lincoln en Londres, entre otros. En Londres se tuvo que blindar el monumento de Winston Churchill ubicado frente al Parlamento Británico, por temor a los manifestantes, luego de que lograran escribir was a racist (era un racista) en el pedestal (Dearden, 2020).
Esta reavivación de la tensión racial arremete así contra la historia de estos personajes recortándola desde lecturas parciales como la del racismo. Entre quienes apoyan la retirada de estos monumentos se encuentra Lewis Hamilton, piloto de la fórmula uno: ¡La estatua del comerciante de esclavos Edward Colston derribada! ¡Nuestro país honró a un hombre que vendía esclavos africanos! ¡Todas las estatuas de hombres racistas que hicieron dinero vendiendo un ser humano deberían ser derribadas! (Hamilton, 2020). También está la profesora de la Universidad de Texas, Yolanda Chávez, que dijo: Como historiadora que analiza la identidad y la representación histórica, no deberíamos celebrar a un hombre que dejó una historia de atrocidades donde quiera que fuera (Chávez, 2017). Para finalizar estas breves referencias, el investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona, Miguel Alonso, opinó: Una estatua no es un objeto neutro ni decorativo. Cuando pones una estatua en un lugar público, estás conmemorando y homenajeando a la persona que está representada (Alonso, 2020).
En este contexto, las figuras de los personajes históricos que han realizados acciones esclavistas y racistas deberían ser demolidas y retiradas de todos los espacios públicos que hay en el mundo. El problema de esta propuesta es que, así como se debería aplicar esta restricción de las estatuas al público, también debería ser factible asumir que otras obras además las antes mencionadas, como expresiones de las artes plásticas, producciones de cine o televisión, la literatura, la poesía, la música, los nombres de las calles, los edificios construidos por civilizaciones esclavistas, y toda manifestación a la que se le pueda atribuir algún atisbo de haber sido producto del racismo, tendría que ser eliminada del registro histórico de la humanidad en cada campo en el que se haya manifestado.
Esta perspectiva de justicia no tardó en seguirse dando a conocer, esta vez mediante la censura de la película Lo que el viento se llevó de 1939, de la plataforma de HBO Max. Esta censura llegó por la simple opinión escrita del guionista John Ridley, en un artículo de Los Angeles Times. Ridley opina: “Hola, HBO, Lo que el viento se llevó romantiza los horrores de la esclavitud. Quítalo de tu plataforma por ahora” (Ridley, 2020). La opinión de Ridley fue suficiente para que HBO Max retirara la película, ignorando por adelantado la opinión de los consumidores que no consideraban que la censura fuera necesaria.
Siguiendo esta lógica, ante la polémica que pueda generar cualquier producción juzgada contraria a la moral de hoy, o más que todo a la moral de alguien, la solución presentada por los grupos de poder, que manejan y son dueños de las plataformas, es el retiro inmediato o la anulación automática de la producción.
Como muchos desatinos, no es la primera vez que esto ocurre. Este tipo de condenas es un ejercicio semejante a las prácticas de censura a lo largo de la historia, como la censura inquisitorial durante la Edad Media. La Iglesia Católica prohibió una lista de libros peligrosos para la fe, comprendidos en el Index librorum prohibitorum, cuyas ediciones se mantuvieron en vigencia desde 1564 hasta 1948. En este índice, novelas como Madame Bovary de Gustave Flaubert, Los Miserables de Víctor Hugo y las obras filosóficas de Descartes estuvieron incluidas (Library of the University of Michigan, 1844).
Otro ejemplo es el de la Alemania protestante, influenciada por el luteranismo y el calvinismo. Se estima que 6887 mujeres fueron condenadas por actividades de brujería entre los siglos XIV y XIX, convirtiéndolo en el país que asesinó a más mujeres por esta causa (Leeson & Russ, 2017). A finales de 1693, más de 150 personas fueron acusadas de brujería en Salem, Massachusetts, al norte de Estados Unidos. Está documentado que diecinueve de ellas fueron ahorcadas (Adams, 2009). Este suceso dio origen a la célebre obra de teatro de Arthur Miller, Las brujas de Salem o El Crisol[1], escrita en 1952. Las acusaciones estaban fundamentadas en rumores. La caza de brujas era lógica consecuencia de las premisas moralistas del protestantismo luterano y el calvinismo, que sostenían el castigo más severo para quienes practicaran la brujería o se opusieran a los mandatos de las rígidas autoridades religiosas.
Pero el fenómeno de la censura no es para nada exclusivo de las ideas religiosas. La campaña antirreligiosa impuesta por la Unión Soviética, que velaba por la promoción del ateísmo científico, fue capaz de destruir cientos de templos de religión cristiana, budista, islámica y judía. Con una forzada secularización, persiguió y ejecutó durante años a sus divulgadores, alcanzando una cifra aproximada de más de 12 millones de cristianos asesinados (Nelson, 2009).
La censura es el visaje de una obtusa intolerancia. Es una práctica bárbara que elimina ideas que no comulguen con las del grupo de poder establecido. Una forma macabra de tiranía que es espejo de la destrucción de la biblioteca clásica de Alejandría. En el año 644 d. C. el califa Umar ibn al-Jattab u Omar I, el segundo califa musulmán, considerado uno de los denominados cuatro califas perfectos por haber sido cercano al profeta Mahoma antes de su muerte, conquista Egipto. Para imponer el poder del creciente y sorpresivo imperio islámico, ataca la biblioteca y, sobre los libros que permanecían allí, sentencia: No hay más que un libro verdadero: el Corán. Si los libros de esa biblioteca contienen cosas opuestas al Corán, son impíos y hay que quemarlos; y si dicen lo mismo que el Corán, son superfluos y hay que quemarlos también. Se cree que las hojas de los libros sirvieron para prender la caldera de los baños públicos de la ciudad.
El 16 de mayo de 1966 el Partido Comunista de China promulgó la directiva de la Gran Revolución Cultural Proletaria, conocida también como la Revolución Cultural. Consistía en purgar todas las influencias capitalistas y burguesas del gobierno, la enseñanza, los medios de comunicación y el arte. Es decir purificar la cultura. Esta medida permitió consolidar el poder de Mao Tse-Tung con la predicación obligatoria de la lectura del libro rojo de Mao y con la organización de los Guardias Rojos, que vigilaban todo el país destruyendo gran parte de la herencia cultural, mientras perseguían y fusilaban a quienes disentían (Viana, 2020).
Los ejemplos mostrados expresan las consecuencias que puede tener este tipo de atropello. El fanatismo fue capaz de llevar a la muerte a personas inocentes, restringió el acceso a obras literarias icónicas, y es usado para silenciar el cuestionamiento y favorecer alguna imposición intolerante y, casi siempre, brutal. El extremismo de estos planteamientos termina por desmoronarse en casi todos los casos por su superficialidad. El índice de libros prohibidos fue abolido por Pablo VI en 1966 (Ottaviani, 1966); la Ley de Brujería de 1735 (Witchcraft Act 1735) convirtió en delito a la proclamación de algún ciudadano como culpable de brujería, lo cual marcó el final de la caza de brujas en el norte de Estados Unidos, pues ahora se penaba la pretensión de la brujería (Witchcraft Act charges, 1944). Al caer el comunismo, desapareció también el ateísmo científico, dejándolo con una cifra de 5% de simpatizantes en Rusia, lo cual denota que el ateísmo no inspiró a la población rusa (Froese, 2004). Y, aunque hay quien dice que la destrucción de la biblioteca de Alejandría bajo órdenes del califa Omar es una leyenda negra impuesta al islam[2], y que la destrucción de la biblioteca es todavía un misterio, es menester utilizarla como analogía para la imposición fanática de una ideología de poder sobre otras ideas que se ven sometidas ante ella. Se estima que el número de muertes durante la Revolución Cultural es de 20 millones (South China Morning Post, 2012).
Los ejemplos son innumerables. El incendio provocado por los españoles a la biblioteca ubicada en Texcoco, del rey poeta Nezahualcoyotl (MXCity, s.f.), la quema de libros del 10 de mayo de 1933 por los nazis en su llamada Acción contra el Espíritu Antialemán (von Lüpke, 2013) y la destrucción de sitios emblemáticos efectuados por ISIS, entre los que se encuentra el palacio de Nimrud (Wu, 2017) son otras situaciones a destacar.
Cuando el pensamiento diferente es censurado e inhabilitado, el clima cultural se convierte, en definitiva, en un aprisionamiento del libre entendimiento que puede tener el ciudadano común frente a los censuradores, pero también al aprisionamiento de la inteligencia de los mismos censuradores.
Este encarcelamiento se asemeja al encarcelamiento de Foucault. Pero en este caso no se está hablando de espacios físicos como la cárcel o el manicomio, en los que se puede organizar la vigilancia y el derecho a castigar, ni tampoco de la organización del régimen sanitario o penitenciario establecido en las leyes de cada nación. En la actualidad, este castigo al preso o al loco es trasladado hacia un castigo social, en el que, si un grupo con determinada influencia en las masas ve que determinada producción, opinión o escrito merece la censura, basta con expresar su descontento en las redes sociales. Con esta manera de ejercer presión hacia los productores o editores, se logra que finalmente la oposición manifiesta a la ideología dominante sea eliminada de cualquier vía de visualización. El castigo se dirige hacia los opositores pero también alcanza a los consumidores, a quienes se les prohíbe determinar qué pueden consumir y qué no. Este es el peligroso escenario que revela la censura de Lo que el viento se llevó.
Esta sanción, además, es severa y sobre todo apresurada. Se ha empezado a tomar represalias contra quienes emitan argumentos en contra de un incidente de corrección política. Debido a esta ilicitud social del derecho de estar a contracorriente, la revista estadounidense Harper’s emitió el 7 de julio del 2020 una Carta sobre la justicia y el debate abierto, firmada por 153 periodistas, escritores, artistas, científicos, médicos, psiquiatras, columnistas, historiadores, políticos, filósofos.
La carta denuncia la restricción del debate de una sociedad intolerante y la prohibición a escribir o hablar con abierta libertad sobre ciertos temas controvertidos por temor a desagravios automáticos y contramedidas extremistas (Harper’s Magazine, 2020). Es a todas luces, una potente respuesta que repugna la política de la censura. El apoyo no se ha hecho esperar, más de un centenar de intelectuales españoles muestra su total apoyo a la carta emitida por Harper’s Magazine. Se adhirieron a esta causa porque contiene un mensaje importante. Con una carta de apoyo, denuncian el rechazo hacia el pensamiento libre, justificado por la radicalidad intransigente de posiciones políticas que demonizan la polémica (HarpersApoyo, 2020).
De esta manera, para Andrew Roberts: Si en nuestro mundo presumido de virtudes derrocamos a Nelson, ¿Qué hacemos con las pirámides, el Partenón y el Coliseo de Roma que fueron construidos al menos en parte por el trabajo esclavo? (Roberts, 2020). En la misma lógica nos podemos preguntar: ¿También se tiene que prohibir el cuadro de Christian van Couwenbergh, pintado en 1632, el cual denuncia la violación de esclavas con el título La violación de la negra?, ¿Deberíamos estigmatizar a Winston Churchill, ignorar su resistencia sólida y activa en contra de la expansión del nazismo, para borrarlo de la historia al remarcar sus escritos acerca de la población de Sudán y la hambruna que provocó a la colonia de la India?
Y así sucesivamente, la deconstrucción de toda la cultura avanza hasta eliminar toda posibilidad de diálogo auténtico, porque esa es la lógica irracional e incendiaria de la censura. Expurgando la historia de cada personaje, ciudadano, líder político, militar, artista o científico ¿Encontraríamos a alguien incontaminado de lo que exige esta tiranía moralista de la actualidad?
[1] Miller, A. (1953) The Crucible. Las brujas de Salem o El Crisol es una obra de teatro ambientada en los juicios de brujas que se llevaron a cabo en la Salem, “La ciudad de las brujas”, perteneciente a la colonia de la bahía de Massachusetts, entre los años 1962 y 1963.
[2] El creador de la leyenda fue Abu-l-Hasan Ali Yusuf Ibn al-Qifti, un historiador egipcio del siglo XIII. Edward Gibbon (1984) es uno de los principales detractores de esta historia. Roger Pearce (2010) revela la versión de Al-Qifty en inglés.
Referencias
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