Nido vacío

Todo ha quedado en unos cuantos cuadros colgados en la pared. Estás en el nido de tu familia. Allí están las primeras fotos en ese tamaño de revelado que ya no existe. Fotos en la sierra, junto al letrero de la altura; en la playa, en la casa de los abuelos. Apareces con esa camisa a cuadros que se usaba en esa época. Tus lentes dan risa. Tus patillas también. No tenías panza y tu pelo era negro. El primero de tus pequeños sonríe. Igualito a ti. Tú tienes pinta de cantante pasado de moda. Usas corbata en pleno sol. Tu mujer se parece, o intenta parecerse, a una actriz famosa en esa época. Algo de telenovela. Ese peinado hoy, daría miedo.

Te ríes, pero nadie te oye. El eco de tu voz rebota por la sala vacía de esta casa que tanto te esforzarte en construir. Ya no se usa ese enchapado. Ya esas ventanas no se estilan. Las lajas de tu piso, que tanto te costaron, ya ni las venden. Esos cuadros de flores al óleo, que horror. El paisaje de selvático con chunchos en canoa. Estabas cerca de poner un buda de adorno, te diría tu hija pero te quiere demasiado. Es vieja y pasada de moda, le faltan cosas, a las paredes una mano de pintura, y hay que reemplazar algunos interruptores, pero es tu casa. Y ya nadie sabe que en ese piso y en ese enchapado se han grabado las risas de tus hijos. Y sus peleas. Y sus llantos. Y tus angustias. Ese parquet que ya no se usa, soportó barro, chicle, tachuelas, plastilina, crayolas, tiene manchas de todo tipo.

Aquí te escucharon renegar por ponerse tus medias y luego pedirles disculpas porque no era para tanto. Aquí pusiste crema a innumerables moretones y quemaduras de sol, aquí jugaste monopolio o casinos. Y aquí, en esta alfombra, gastada y de colores desusados, boxeaste contra esos niños que sólo así, contigo arrodillado, eran de tu tamaño. Aquí se abrieron regalos y se llenó todo de papeles. Contra ese portón se tiraron innumerables pelotazos, esos vidrios se rompieron tanto que al final se quedaron así. Y dijiste qué importa, ventilación.

Ese jardín se llenó de caca de perro. Hoy es la tumba de algunos de los más queridos. Ese parque vio los primeros pasos, las carreras, los miedos, las bicicletas, los primeros puchos de esos hijos tuyos que hoy son unos señores. Entre sus árboles se escondieron los primeros enamorados de tus hijas, y vaya que te tenían miedo.

Hoy no quieres este silencio, hoy darías un brazo por volver a angustiarte por una mala nota en la libreta, por el acné, por el quinceañero, por la caída de la que sólo tú podías consolar. Y el asunto es paradójico como la vida misma: te duele de alma esta casa vacía, pero te alegra infinitamente que los chicos no te necesiten, que por fin hayan aprendido a vivir.

Y te secas una tonta lágrima de viejo para ver lo que te toca ahora: lo de los nietos, lo de los almuerzos, lo de esa soledad dulce en la que atardece tu vida. Tiempo de agradecer, tiempo de prepararse, tiempo de querer a tu mujer como nunca lo hiciste. Porque en ti, poco a poco, la bondad ha ido supliendo al capricho. Y no lo dudes: de estas últimas fidelidades está hecha la felicidad eterna.

Suena el viejo timbre. Abres, entra corriendo un perro, dos niños gritan ¡Hola abuelo! y se van persiguiéndolo, detrás las sonrisas y un ¡Feliz día papi! que te deja en los ojos ese color de madrugada que los llena de lágrimas.

José Manuel Rodríguez Canales

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