La teología es la ciencia acerca de Dios y une en su reflexión Revelación, fe y razón. Como dirá San Juan Pablo II «La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un doble principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei» (Fides et ratio, 65). En cuanto audición de la fe, asumirá los contenidos de la Revelación explicitados en la Tradición, la Escritura y el Magisterio eclesial. Mientras en referencia a la racionalidad de la fe, investigará usando la «reflexión especulativa» en vistas a iluminar las preguntas humanas fundamentales. El ser humano debe conocer cuál es su origen, su sentido, su meta final y el camino que debería seguir.
En esa medida, la teología tiene una dinámica dialogal. Es decir, nace del diálogo que establece el Creador con el ser humano y se desarrolla por el diálogo que el hombre hace consigo mismo, con los demás y, sobre todo, con Dios. Consigo mismo, el ser humano busca reflexionar sobre las coordenadas que lo ubican en el mundo: su origen, su meta, su sentido. Con los demás, la persona procura conocer a otro que sea “carne de su carne” y con quien no sólo comparte el mundo, sino a quien recibe y se dona; alguien que lo acompañe en su cotidianeidad, en la vida y en los últimos momentos terrenos. Especialmente, el hombre busca conocer la verdad total, que es Dios mismo. Por eso, Dios y el ser humano dialogan en el estudio teológico.
Este diálogo es el principio a través del cual propongo comprender la relación entre teocentrismo y antropocentrismo. La misma relación que se hace patente en la noche de Navidad. Como comenta San Juan Pablo II: «mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia, en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda» (Dives in misericordia, 1). En el niño del pesebre, se une Dios con el hombre en un modo tal, que ir en la dirección de uno es ir en la dirección del otro.
Este modo de ver las cosas contradice lo que parte de la modernidad nos ha hecho creer. Por un lado, que el teocentrismo es una especie aniquilación humana (del goce, del placer o de la diversión) a partir de la afirmación de lo divino. Por su parte, el antropocentrismo nos ha dado a entender una especie de hombre todopoderoso, orgulloso y desenfrenado que no necesita de Dios y que se ha convertido en un tirano que destruye el mundo, los animales y a sus propios hermanos. Sin embargo, como digo, la teología cristiana intenta, desde muchos siglos atrás, aportar una luz diferente.
A semejanza de como la Fides et ratio plantea la relación entre fe y razón (73), la relación de la teología con la antropología es un círculo fecundo, no tautológico. La antropología estudia al ser humano, hace preguntas, esboza respuestas, pero no es capaz por sí misma de responder y llegar al fondo de las cosas sin la fe. Los mitos nos expresan el deseo humano de conocer el origen y el fin del tiempo y el cosmos; los filósofos nos ayudan a elaborar las preguntas adecuadas frente a la realidad que vivimos; la historia nos cuenta nuestro pasado y la literatura nos permite establecer un relato de lo humano y ver nuevas posibilidades. Sin embargo, solo la teología nos ayuda a ver la unidad del misterio humano a partir de la perspectiva de Dios, que además de ser Creador, es Redentor del hombre.
Se trata precisamente de lo que nos preparamos para vivir estos días. Dios se revela y muestra al ser humano su particular vocación y destino. Nos libera con su sangre del pecado que nos aqueja y nos pide crecer a su altura. Por eso, descubrir a Jesús como quien redime es salir del nirvana, salir del gobierno de los astros y salir del orgullo que nos propone mecanicismo de la física moderna.
Cuanto más se estudie al ser humano, más se buscará conocer a Dios, porque Dios mismo se ha hecho hombre. Profundizar en este misterio es el camino de la Iglesia, es el camino de todo ser humano. Navidad es humanidad, Navidad es divinidad. Cuanto más entremos en ese misterio, nuestra razón comprenderá mejor el sentido de la vida. Cuanto más se estudie a Dios, más y mejor se podrá conocer al ser humano.
P. Rafael Ismodes