En una de las reuniones televisadas (on line dirían en otro idioma exitoso) que se nos han vuelto rutina, un amigo dijo, no sin razón, que la educación es esencialmente presencial.
En ese momento me di cuenta de una de esas cosas obvias cuya profundidad pasa muchas veces desapercibida: la presencia no se agota con la inmediatez física. De hecho, mi amigo estaba presente cuando habló, no era un avatar ni una grabación: habló en tiempo real, desde un lugar real y en una circunstancia real. Y los demás lo escuchamos y vimos de forma real. La única diferencia es que su presencia estaba mediatizada (hablaba a través de un medio) y por ello, deslocalizada (era irrelevante el lugar en el que estaba).
Evidentemente, no es lo mismo hablar con alguien cara a cara o escuchar a un profesor en el aula de clase, que verlo en una pantalla y oírlo por un parlante. Se pierden muchos de los mensajes que las personas transmitimos al ponernos física e inmediatamente ante los demás: cómo nos vestimos, movemos, miramos, enfatizamos o matizamos lo que decimos, la entonación de las palabras, el contacto visual directo (esto sería una nota a pie de página pero como nadie las lee, la pongo acá: considérese también, digo, para no andar por ahí idealizando lo presencial, que también ocurre ese fenómeno llamado presenteísmo por el cual uno está sin estar, sentado en una carpeta con cara de nada).
Sin embargo, a pesar de estas valiosísimas pérdidas que no pueden ser suplidas, también se ganan cosas cuyo valor está por descubrirse con la presencia mediata. Y no son un peor es nada, sino ventajas reales que antes no teníamos en cuenta con suficiente interés. Veamos algunas.
El alcance cuantitativo se multiplica. Podemos llegar a miles de personas a la vez.
La posibilidad de transmitir ideas se intensifica. Podemos preparar mejor lo que decimos, hacerlo más preciso sin la presión de tener gente presente, mirando nuestra inseguridad. Prescindimos también de los mensajes ruidosos que necesariamente se cruzan en un público físicamente presente: gente que se duerme, caras de no entender, gestos de indiferencia, etc.
La presencia de lo que enseñamos se puede hacer más constante en la vida de las personas a las que llegamos. Podemos llegar por varios canales y optimizar los mensajes con diversos recursos.
La ilustración y ejemplificación de los contenidos se multiplica en sus variantes y posibilidades. Podemos usar viñetas, pizarras, música, textos, juegos, vídeos, etc.
El contenido se puede revisar adecuándose a la circunstancia del alumno. Podemos grabar la clase para que sea revisada cuantas veces sea necesario, podemos recibir sus inquietudes y pensarlas mejor.
Las posibilidades de interacción crecen muchísimo. Tanto por mensajes de textos, como por audios o a través de la pantalla, tenemos la capacidad de absolver dudas y escuchar personas que probablemente en la clase presencial no habríamos atendido.
Nuestra presencia como profes se democratiza. Estamos al alcance de todos los que se conectan. Y estamos al alcance de la misma manera para todos: la distancia que hay entre su nariz y la pantalla.
Los prejuicios disminuyen. Al brotar del aislamiento cultural y una suerte de pretensión de superioridad, muchos prejuicios tienden a desaparecer con la presencia de personas de diversos lugares y culturas del mundo.
La situación de enseñar a distancia nos pone en la necesidad de pensar en la experiencia del usuario, un término ya acuñado como UX (dígalo con siglas en inglés y ganará dinero y prestigio, síganme para más consejos) que en realidad es la tradicional empatía o solidaridad que todo profesor, de lo que sea, necesita para enseñar.
Esta misma situación también exige de nosotros pensar en el diseño (otra expresión anovedosada en inglés: design thinking, síganme para más consejos y bla, bla, bla) de nuestras clases ya no tan concentrados en los contenidos sino en la forma en que los transmitimos. Y, créanme, es muy entretenido hacerlo.
La capacidad del aprendiz se pone a prueba. En lo presencial inmediato, el aprendiz podía darse el lujo de ser un irresponsable porque él no rema en el bote en el que viaja, lo hace el profesor que todo lo dice, todo lo sabe y de todo se encarga. En la presencia mediata y lo que implica el aprendiz tiene que fijar su propio propósito si quiere aprender.
El tema del contexto social se hace vital en la educación on-line. ¿Con quién interactúo? ¿De dónde viene? ¿Qué espera? ¿Qué necesita? ¿Qué quiere el joven que está al otro lado de la pantalla? Tenemos muchos recursos para preguntarlo y ellos para decirlo.
La evaluación exige en esta situación el crecimiento y la promoción de la responsabilidad del alumno y el ingenio del profesor para diseñar formas de ayudarlo a saber cuánto sabe. Evaluar mucho más las capacidades superiores y virtudes intelectuales que los contenidos memorizados.
Eso por ahora. Los dejo, tengo clases presenciales.
José Manuel Rodríguez Canales