Joker: sin Dios nada tiene gracia

Octógono: este post está libre de spoilers sobre Joker. Contiene una clave de lectura muy personal. Léase con confianza si a usted le interesa ver un intento de comprensión cristiana del mundo.

Comentario contrapreventivo 1: si a usted no le gusta el cristianismo o los cristianos como este servidor, solo le pedimos que nos haga el favor de no andar diciendo que el autor de este post anda viendo a Dios en todo como si eso fuera una descalificación. Dios, por definición, es omnipresente. En una palabra: Él ya está en todo sin ser ese todo. Nos limitamos a sacar las conclusiones de esta Realidad.

Comentario contrapreventivo 2: el autor no tiene intención proselitista alguna, solo la natural tendencia a leer lo que ve desde una fe a la que le es imposible renunciar porque de ella dependen la esperanza y el amor. Si sirve como testimonio de este amor como clave de lectura de la realidad, se dará por bien servido. Lo demás Dios dirá.

Esta inevitable cinta pertenece a la desgarradora tradición norteamericana de la soledad que uno ve en diversas manifestaciones artísticas, pinturas como las de Hopper, o Mark Rothko, por citar dos referentes, o en películas como Taxi driver, film con el cual hay más de un contacto en sabor, color, estética y un gran actor en común como Robert De Niro.

El título alcanza como conclusión o moraleja de la extraordinaria película de Todd Phillips y la alucinante (nunca mejor dicho) performance de Joaquin Phoenix. Por antonomasia, el lugar sin gracia es el infierno.

Y la locura es un tradicional símbolo del infierno de los condenados. Probablemente una de las más precisas expresiones de esta idea, sea la respuesta que le da Virgilio a Dante ante la puerta del infierno: hemos llegado al lugar donde te dije que encontraremos a las gentes dolorosas que han perdido el bien del intelecto.

Y ya que hablamos de la puerta del tártaro, los terribles y solemnes versos escritos en ella pueden servir para describir también la ciudad del Joker: por mi se va a la ciudad doliente, por mi se va al eterno dolor, por mí se va donde la perdida gente.

Lo digo porque Joker, más que un personaje, parece ser un símbolo, algo como un monumento en la calle principal de su ciudad, algo que expresa el vacío de toda una paradójica sociedad antisocial en la que cada cierto tiempo se produce un homicidio colectivo seguido de un suicidio.

Creo que por eso del infierno, otra figura que acudió inmediatamente a mi memoria, viendo esta versión del príncipe payaso de los criminales, fue la ciudad de los antiguos emperadores en La historia interminable de Michael Ende. Creo que vale la pena citar el texto:

Y todo aquél valle estaba ocupado por una ciudad… en cualquier caso, podía darse ese nombre a aquella multitud de edificios, aunque era la ciudad más disparatada que Bastián había visto nunca. Sin plan ni propósito, las casas parecían amontonarse como si fueran dados; como si, sencillamente, hubieran sido sacudidas allí de su saco por algún gigante. No había calles ni plazas, ni ninguna clase de orden reconocible.

Pero también los distintos edificios parecían absurdos: tenían las puertas en el tejado, escaleras en sitios a donde no se podía llegar y otras que hubiera habido que recorrer cabeza abajo y que acababan en el vacío. Había torrecillas transversales y balcones que colgaban verticales de las paredes, ventanas en lugar de puertas y suelos en lugar de muros. Había puentes cuyo arco se interrumpía de pronto, como si su constructor se hubiera olvidado en mitad de la obra de lo que debía ser el conjunto. Había torres curvadas como plátanos y pirámides colocadas sobre su cúspide. En resumen, toda la ciudad producía una impresión de locura.

Entonces vio Bastián a sus habitantes. Eran hombres, mujeres y niños. Por su aspecto, parecían seres humanos corrientes, pero sus trajes sugerían que todos ellos se habían vuelto locos y no podían distinguir ya entre las prendas de vestir y los objetos para otros usos. En la cabeza llevaban pantallas de lámparas, cubos para jugar en la arena, soperas, cestos de papeles, bolsas o cajas de cartón. Y se tapaban el cuerpo con manteles, alfombras, grandes trozos de papel de plata y hasta barriles.

Lo común a todos estos tristes habitantes de la nada es que quisieron ser emperadores, someter a los demás, y, por eso, se quedaron solos encerrados en la locura. Algo de esto hay en la película y en la realidad que refleja.

El capo mafioso y burlón de los comics de Batman poco tiene que ver con esta especie de bufón tristísimo, cómico desolado, espantapájaro cargado de vergüenza, basura que nada tiene que perder porque nada puede ganar. Nada produce risa porque nada tiene gracia en el horizonte de este personaje.

Y sin embargo, suscita en el espectador una especie de compasión probablemente arraigada en la semejanza que todos tenemos con el Joker. Compasión que parece contener una de esas esperanzas que, cuanto más pequeñas son, más fuertes se hacen porque se alimentan del poder de las desgracias. Algo que se acerca bastante a la humildad, cuando no se vuelve violencia sino perdón y bondad. Cada uno decide qué hace con su dolor. Y cada uno se hace responsable de esa decisión.

¿Por qué ver Joker? Lo dice bien Pippo buono, el gran San Felipe Neri: Quien no va al infierno mientras vive, va después de muerto. Ver Joker se parece mucho a ir al infierno un rato.

José Manuel Rodríguez Canales

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