Solo tú, solo yo, para siempre

Leí hace poco un libro que hablaba sobre la castidad, la conocida norma cristiana que dice nada antes del matrimonio y nada fuera del matrimonio.

Decirle esto a los jóvenes, y sobre todo que así lo planeó Dios, es duro, pues para la mayoría de ellos esto es, o una novedad, o un absurdo. Es un sentir bastante difundido en la sociedad que el placer es un medio para encontrar la felicidad y que la vida sexual activa puede darse en cualquier momento, incluso en la adolescencia.

La mayoría de veces lo que uno logra diciendo esto es que lo tilden de retrógrado, conservador, cucufato, etc. No hay mucha esperanza de poder llegar a un buen puerto y pareciera que la suerte está echada. A pesar de esto siempre trato de explicar a los jóvenes que el sexo se reserva para el matrimonio porque solo en él lo pueden hacer con total libertad.

Esta libertad sexual es verdadera porque la vida sexual activa implica a toda la persona, no sólo es la unión de genitales. Se trata de una unión muy íntima que se expresa incluso en la misma desnudez con que se realiza el acto. Por eso la pregunta básica sería: ¿Puede alguien entregarse total, libre y plenamente a una persona sin comprometerse en serio con ella?

La respuesta es no, porque en una relación casual, prematrimonial o extramatrimonial, de lo que se tendrá cuidado es de no procrear, es decir de no tener que responsabilizarse de las consecuencias naturales del acto. Como no saben cuánto tiempo más estarán juntos y tener un hijo sería una irresponsabilidad, la entrega total es imposible. Tal unión estará mediada por el miedo y la incertidumbre y no será expresión de libertad.

Es interesante también constatar que el tema del adulterio es censurado en varias esferas. Para un cristiano, esta censura está respaldada por el sexto mandamiento: no cometerás actos impuros, que más allá de su formulación negativa, intenta defender uno de los rasgos esenciales del matrimonio que es la fidelidad. Para alguien que no es cristiano también es un acto reprochable que tiene consecuencias físicas, psicológicas y espirituales muy graves. La naturaleza misma de la persona se rebela a convertirse en objeto de placer.

En el ámbito del derecho, el adulterio está mal visto por la norma civil peruana, lo que llama la atención siendo el Perú un Estado laico. Así, por ejemplo, el art. 333 del Código Civil Peruano, considera al adulterio como causal de separación de cuerpos. Y esta causal es la primera redactada en ese artículo, por delante de causales como la violencia física o psicológica, el atentado contra la vida del cónyuge, la injuria etc. Del mismo modo, el adulterio es causal de divorcio según el artículo 349 del Código Civil.

Por lo tanto si el adulterio es algo grave, tanto para un cristiano como para quien no lo es, la vieja norma de nada antes y nada fuera del matrimonio tiene valor para todos. La fidelidad protege la unidad de los esposos y la hace fecunda en la familia. El compromiso exige exclusividad de manera natural.

Lo dicho me hace pensar lo siguiente: si las relaciones sexuales están reservadas al estado matrimonial, entonces el Plan de Dios era que cada uno de nosotros puede disfrutar realmente del sexo solo con una persona en toda nuestra vida, salvo el caso de viudez y segundo matrimonio, en el que, con la nueva pareja, se vuelve a establecer el compromiso de por vida. Lejos de ser una represión, esto embellece el don de la sexualidad porque le hace justicia plena al hecho de que cada uno es único e irrepetible, una persona amada por ser quien es y no por el placer que se pueda obtener de ella. Es la gran diferencia entre amar y usar que decía Chesterton: las personas son para amarlas y las cosas para usarlas; el drama de nuestro tiempo es que amamos las cosas y usamos a las personas.

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