El cónyuge y la conciencia

Cuando uno vive solo, es frecuente que se acostumbre a decidir todo sin consultar con nadie. Confiamos en nuestra conciencia, esa voz interior que nos dice que es lo mejor y nos va orientando sobre las opciones a tomar. Pero es frecuente también que no le hagamos caso y tomemos nuestras decisiones por placer o comodidad. Y una vez tomada la decisión, no damos vuelta atrás y colmados de soberbia, quedamos muy tranquilos y satisfechos, pues tenemos el mal gusto de creer que nosotros no nos equivocamos aunque todo el mundo se equivoque, y nos atrevemos a juzgar a los demás, sin que nos haya tocado beber el trago amargo de ser corregidos, pues creemos que nuestras decisiones son las mejores, las más sabias, las más correctas y justas ¡Qué fácil es callar nuestra conciencia!

En el matrimonio no es tan fácil. Más allá de la voz de nuestra conciencia está la voz de nuestro cónyuge que sí que se escucha y no podemos apagarla tan fácilmente.

Nuestro cónyuge nos acompaña a lo largo de la vida de tal manera, que siempre es capaz de percibir los actos producto de nuestras decisiones y, cuando algo no está caminando bien, nos puede llamar la atención. Esa voz no se puede acallar: se escucha físicamente, no hay duda de que te están hablando, y menos duda sobre qué es lo que te están diciendo. Hay que tener presente que, en el matrimonio, siempre se debe discernir entre ambos lo correcto, y para lograrlo, es necesario tener al menos una llamada de atención que nos haga meditar las decisiones e inicie el diálogo. Como dice Goethe: Incómodo suele ser a veces el matrimonio; bien lo creo, y así debe ser. No es nada cómodo que te llamen la atención y mucho menos cuando tienen razón.

Por eso en el matrimonio debemos atender la voz de la conciencia que también es la de nuestro cónyuge ¡Cuántas metidas de pata salvadas gracias a los consejos de la esposa o del esposo! ¡Cuántas injusticias o errores graves salvados por la escucha!

En algunos matrimonios quizás este sea el problema más grave: que muchos cónyuges no desean escuchar esa voz de la conciencia, por soberbia, capricho, etc, y se encierran en sí mismos diciendo: a mí no me van a decir que debo hacer. Pero la verdad es que sí: muchas veces necesitamos que nos digan qué hacer. Es en esta intransigencia donde posiblemente se generen los más complicados trances matrimoniales, las discusiones interminables o las actitudes de indiferencia frente al cónyuge.

No dejemos de lado la otra parte, es decir la que nos toca como esposos de hacer una corrección fraterna, pues estamos comprometidos con la felicidad de nuestro cónyuge. Ocurre muchas veces que parece más sencillo dejar pasar y no corregir al prójimo para evitar una discusión o altercado pero ¿Estamos haciendo lo que nos toca? ¿Estamos ayudando a crecer a nuestro cónyuge? No nos olvidemos que estamos heridos por el pecado y muchas veces vamos a errar, y para salir del error, es un deber marital llamar la atención y al mismo tiempo aceptar la corrección y enmendar.

Debemos por tanto estar dispuestos a ser observados en nuestro actuar, pero también a corregir a nuestro ser querido, sobre todo porque por el matrimonio somos una sola carne y el error en que incurra el otro, percibido previamente por nosotros sin alertar, también es un error nuestro.

Hoy desde esta tribuna, quiero agradecer a mi esposa por las muchas veces que no me dejó tomar decisiones injustas, egoístas, torpes, graves y perjudiciales, y por todas las veces que escuchó y asumió con paciencia las correcciones que también le hice. De eso es trata el matrimonio, de velar por el bien del cónyuge, que en el fondo, es el bien de la unidad de la familia.

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