¿Todos pueden casarse con todos? Sobre la pandemia y el matrimonio homosexual

Cuando comenzaron las cuarentenas en algunos países sudamericanos, uno de los primeros en adherir a ellas fue Perú. No existía, al comienzo, un criterio uniforme en las autoridades acerca del mejor modo de regularlas, y uno de ellos fue el de autorizar las salidas por sexo y prohibir toda posibilidad de salir los domingos. Así, los varones saldrían lunes, miércoles y viernes, y las mujeres martes, jueves y sábados.
No bien se anunció la medida, estalló el escándalo promovido por agrupaciones LGTBQ, las cuales argumentaban que a ellos (o ellas, o lo que fuere) se les dejaba afuera en esto, y que, además, hablar de “sexo” en vez de “género” constituía un atropello más de los muchos de que ya habían sido objeto a lo largo de la historia. Para colmo, algunos policías, que por lo general y para el gusto de cierto progresismo, suelen andar no menos de medio siglo atrasados en materia de ideas emancipatorias, se permitieron propinar un par de tundas a los (las, o lo que fuere) rebeldes. Alguien del gobierno dijo que allí no había discriminación contra nadie, que se trataba de un problema de salud pública y que lo que mandaba era el documento de identidad antes que las preferencias de cada cual.

De nada sirvieron esos argumentos. Las agrupaciones LGTBQ redoblaron la apuesta y pusieron sobre la mesa el gran tema: era ahora, precisamente, el momento de discutir de una vez por todas sus reclamos de igualdad de derechos, de matrimonio homosexual, de homoparentalidad y de todos los asuntos asociados. Por cierto, el sentido de la oportunidad de aquellas agrupaciones, como pudo verse, no apareció como su fortaleza más irrefutable. El país estaba (y continúa) padeciendo las graves consecuencias socioeconómicas del confinamiento. Lo que parece seguro en Perú es que no es el mejor momento para un debate parlamentario acerca de los reclamos de aquellas cofradías.

Hemos visto hace muy poco que en Chile también, algunas agrupaciones LGTBQ, han intentado aprovechar las circunstancias de la pandemia para argumentar acerca de la urgencia de sus reclamos, especialmente los relativos al matrimonio homosexual. Pero la verdad es que los motivos expuestos para justificar dicha urgencia no son de una solidez inexpugnable. Al respecto, quisiera recordar algunas palabras del economista norteamericano Thomas Sowell, que pueden leerse en un artículo periodístico publicado en The Bulletin, Norwich, Connecticut, 7 de noviembre de 2008 (“Gays demand approval of behavior, not equal rights”):

“El matrimonio ha existido durante siglos y, hasta tiempos muy recientes, ha significado siempre la unión entre un hombre y una mujer. Durante esos siglos ha crecido un vasto conjunto de leyes, todas basadas en circunstancias relativas a las uniones entre un hombre y una mujer. Transferir esa montaña de leyes fundadas específicamente en la experiencia de las relaciones entre hombre y mujer a una relación distinta, donde las diferencias de sexo no cuentan, sería como transferir las reglas del béisbol al fútbol. La pregunta no es si se debe permitir casarse a los homosexuales; el verdadero asunto es si el matrimonio debe ser redefinido. Y si debe serlo para los homosexuales, ¿por qué no para los polígamos o los pedófilos?”

Como se ve, se trata de una discusión muy compleja que, indudablemente, no urge. Los acuciantes problemas sociales como la pobreza, la enfermedad o las pensiones (tanto en Perú como en Chile), no debieran desviar una parte del tiempo y la atención que demandan su tratamiento, en favor de otra discusión, en la cual se encubre con el nombre de “derechos” a ciertas opciones personales cuya solidez jurídica está muy lejos de ser evidente. Obviamente, cuando se reclama ese supuesto derecho al matrimonio, se lo requiere provisto de todos sus agregados legales posteriores, especialmente el divorcio. Parece que una de las cosas más importantes al tomar la decisión de casarse por parte de las parejas LGTBQ es contar con la posibilidad de divorciarse.

En otro breve artículo publicado en Deseret News el 17 de agosto de 2006 (“Las parejas homosexuales no entienden la intención de las leyes de matrimonio”), Sowell escribía:

«En otras palabras, el matrimonio impone restricciones legales, limitando los derechos que las personas podrían tener. Sin embargo, los defensores del matrimonio homosexual conciben el matrimonio como una expansión de los derechos que les son debidos. Argumentan en contra de una prohibición del matrimonio homosexual, pero el matrimonio ha significado durante siglos la unión de un hombre y una mujer. No hay tal cosa como un matrimonio homosexual que prohibir.”

En suma, ¿Cuál es la razón por la cual los homosexuales desean casarse, introduciendo en sus vidas unas restricciones que no existirían si decidieran llevar adelante una unión libre y consentida entre adultos? No hay ninguna ley que se los prohíba. Thomas Sowell cree tener una explicación: “Los homosexuales, dice en el artículo citado en primer lugar, estaban en su punto más fuerte cuando dijeron que la ley no tenía que interferir en las relaciones entre adultos que consienten”. Y continúa: “Ahora quieren que la ley ponga un sello de aprobación social a su comportamiento. Pero no existe tal cosa como un ‘derecho’ a la aprobación de nadie.”

En fin, es muy dudoso que si este asunto llega a la discusión parlamentaria, las bases del debate sean estrictamente racionales, y posiblemente las buenas razones para oponerse al matrimonio homosexual sean todas tergiversadas con la etiqueta arrojadiza de la homofobia.

Se preguntará el lector: ¿y qué pasó con las salidas discriminadas por sexo? El gobierno peruano reculó atemorizado, y la medida no duró más que unos pocos días hasta el momento preciso en que las personas LGTBQ alzaron la voz. Ya sabemos que el miedo es la categoría política más importante hoy en muchos países.

Jorge Martinez

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