Todo tiempo pasado fue anterior. Literatura de humor para aliviar la cuarentena

Como si no fuera suficiente el aislamiento y las cifras alarmantes, la semana pasada el humor ha recibido otro golpe devastador: la voz profunda y el ingenio iridiscente de Marcos Mundstock, miembro de Les Luthiers y uno de los más geniales cómicos en español, se apagaron a los 77 años. Pareciera que en estos días no hay espacio para la risa y que la gravedad pesará sobre nuestro ánimo por mucho tiempo.

Pero no, no hay que dejarnos vencer por la nostalgia, no podemos pasarnos todo el día añorando los felices tiempos en que el ceviche y el pollo a la brasa no eran manjares inalcanzables y en los que visitar a nuestros familiares no estaba penado por ley. Pensemos, con el inolvidable Mundstock, que todo tiempo pasado fue anterior y encaremos al futuro con una sonrisa. Mejor, con una carcajada.

Por eso quiero recomendar algunos autores y libros que puedan abstraernos un rato de esta realidad deprimente y nos sacudan de la angustia y el hastío. Libros que nos hagan reír y que hagan preguntarse a quien nos mire ¿Qué le pasa este loco? ¿Por qué se contorsiona desenfrenadamente en el suelo con una sonrisa de oreja a oreja? ¿Acaso ha sido atacado por el gas de la risa del Guasón?

Antes de empezar, me pondré dos reglas. La primera, evidentemente, será recomendar solo obras que haya leído y que me hayan causado desde una gustosa sonrisa hasta un ataque de carcajadas. Por lo tanto, son recomendaciones muy personales, tal vez haya a quienes muchas de las obras no les muevan un solo músculo de la cara, pero de seguro habrá alguna que sí, gozo con muchos tipos de humor. La segunda, será no usar la palabra “desopilante”. Pareciera que todos los editores se hayan puesto de acuerdo para que “desopilante” sea el principal adjetivo de los textos de contraportada de la literatura de humor. ¡Menudo desperdicio! Habiendo tantos otros tan bonitos como desternillante, jocoso, hilarante o, mi preferido, descacharrante.

Empecemos dando una rápida repasada por los clásicos de toda la vida para luego detenernos en los más cercanos a nuestros tiempos. Si tuviera que escoger solo un autor de la antigüedad sería definitivamente Plauto, Terencio es más profundo pero no tan gracioso y el humor de Aristófanes se aleja mucho de la sensibilidad moderna. Plauto es muy, muy divertido y su humor no ha envejecido casi nada. El lector primerizo encontrara en los enredos de sus comedias ciertos elementos que le harán recordar a lo mejor de Chespirito. Recomiendo especialmente El soldado fanfarrón y AnfitriónOtro autor de latino digno de mención es Lucio Apuleyo y su entretenidísima y picante obra El asno de oro.

Ya finalizando la edad media encontramos al Arcipreste de Hita y su Libro del buen amor que tiene partes absolutamente deso… desternillantes, como cuando los sabios griegos se encuentran con los latinos. Eso sí, para leer al Arcipreste es fundamental tener una buena edición que nos permita entender y gozar del español medieval. Yo les recomiendo la de Julio Cejador y Frauca, que no solo es muy correcta sino que también constituye en sí un documento muy divertido ya que el estudioso no puede con su genio y no desaprovecha ocasión para criticar a sus contemporáneos y a los del Arcipreste con calificativos tan jugosos como “boquirrubios ahembrados” y otros del mismo talante.

Siguiendo en la literatura española, es imprescindible sumergirse en su tradición picaresca sobre todo en sus dos grandes cumbres: El Lazarillo El Buscón de Quevedo, sin desdeñar el Guzmán Alfarache de Mateo Alemán. Tampoco olvidemos las deliciosas comedias de LopeCalderón y Tirso. De este último les invoco a que lean El vergonzoso en palacio. Desde luego, en español tenemos una de las obras más divertidas de la historia: El Quijote. Pero ¿qué podríamos decir de ella que no se haya dicho ya? ¿O que sí se haya dicho?

Para terminar con los clásicos de todos los tiempos revisemos dos franceses y dos irlandeses. El primero de los franceses es el sin par Rabelais. Rabelais es a la literatura lo que el Bosco a la pintura, un autor rarísimo y totalmente desmesurado en el que lo medieval y lo moderno están chocando y explotando constantemente. Las largas listas de juegos infantiles y de libros nunca escritos y las singularísimas y descacharrantes aventuras que encontramos en los libros de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais depararán al lector muchas horas de risas y desconcierto. El otro autor francés es Jean Baptiste de Poquelin Molière. Molière es el autor que me abrió las puertas de la literatura cuando estaba en el colegio (junto a Oswaldo Reynoso, como a cualquier peruano de mi generación o de las seis generaciones precedentes). Acostumbrado a leer mecánica y obligadamente libros que no me decían nada, fui sorprendido y quedé boquiabierto con El Avaro de Molière. A mis catorce años no podía creer que estuviera carcajeándome de cosas que habían sido escritas 350 años antes. Luego, me pasaba las ferias del libro buscando más obras del francés hasta que descubrí que a la mayoría de ellas puede accederse fácilmente en internet. Disfrute singularmente El médico a palosEl enfermo imaginario El burgués gentilhombre Los dos irlandeses son Jonathan Swift y Lawrence Sterne. El primero (que alcanzo la inmortalidad por Los viajes de Gulliver, una de las más grandes obras de la literatura universal) tiene un humor negrísimo, una muestra de este es Una modesta proposición donde plantea que para mitigar la pobreza de Irlanda se debería vender a los niños pobres a los ricos para que estos se los coman. El segundo es creador de una obra mayúscula: Vida y opiniones del caballero Tristam Shandyuna especie de How I met your mother pero de una época en la que el ingenio y la creatividad no habían sido llevadas a niveles tan bajos. En esta obra, Sterne pretende contarnos la vida de Tristam Shandy en primera persona, pero se pierde en tantas disgresiones divertidas y disparatadas que su nacimiento no ocurre hasta el libro III y desaparece como personaje en el libro VI.

Ahora sí, llegamos al siglo XX. Y lo primero que notamos es la calidad del humor producido en Inglaterra. La editorial española Anagrama editó en 2009 una antología titulada El mejor humor inglés, que es una excelente puerta para acercarnos a unos autores y a una tradición humorística verdaderamente extraordinaria. Entre los autores que aparecen en la antología y que merecen ser tenidos en cuenta para pasar tardes, noches y madrugadas de risas encontramos a Saki, seudónimo de Hector Hugh Munro, un cuentista deslumbrante y prodigioso, cuyos cuentos pueden generar adicción. Entre los que más me hicieron reír están La ventana abierta, Hermann el Irascible- La historia de la gran llorera, La tortilla bizantina o El método  Schartz-Metterklume. Saki tuvo la mala suerte de morir en una trinchera, abatido por un francotirador, la mañana del 14 de noviembre de 1916 mientras le gritaba a un compañero “¡Apaga ese maldito cigarrillo!”. Es por eso que es posible encontrar la mayor parte de su obra libre en internet. Un gran admirador de Saki fue Tom Sharpe el autor de la desternillante saga de Wilt, cinco libros en las que un triste y abúlico profesor de humanidades se mete en muchísimos problemas y desgracias y equívocos que nos deparan carcajadas a montones. Otros libros a tener en cuenta de Sharpe son Reunión tumultuosa y Exhibición impúdica, ambos ambientados en la Sudáfrica del apartheid y protagonizados por policías acomplejados y torpes. Con un humor más sútil, encontramos a Evelyn Waugh, autor de una novela satírica sobre el periodismo verdaderamente genial: ¡Noticia bomba!, otros títulos de Waugh a los que darles una oportunidad son Merienda de negrosDecadencia y caída y Cuerpos Viles. Todavía en Inglaterra encontramos a Douglas Adams y su famosísima Guía del autoestopista galácticoque mereció adaptaciones radiales y cinematográficas. En ella la Tierra es demolida por encontrarse en medio de una nueva vía de circunvalación estelar, pero el protagonista, Arthur Dent, es salvado por su amigo Ford Prefect, un extraterrestre infiltrado, que lo conduce a un montón de jocosas aventuras intergalácticas. Una genial combinación de humor y ciencia ficción.

Para mí el mejor de los escritores humorísticos ingleses es, sin lugar a dudas, P. G. Wodehouse. Habiendo crecido en un ambiente en el que el humor está tan asociado a la chabacanería y habiendo gustado tanto desde muy joven del humor negro y del humor absurdo, nunca creí que me gustaría tanto un humor tan blanco. Wodehouse crea un mundo idílico lleno de aristócratas ingleses de segunda clase, tías insoportables, mayordomos sumamente ingeniosos, lechuguinos despreocupados, estrellas de Hollywood decadentes, dueños de fábricas de galletas de perros y tantos otros personajes entrañables que nos hacen abstraernos de la realidad y permanecer durante todo lo que dura la lectura de sus libros con una dulce y agradecida sonrisa. Todo lo que escribió Wodehouse es precioso, pero sobre todo me gustan sus novelas Tío Fred en PrimaveraGuapo, rico y distiguidoLuna llenaMal tiempoFiebre Primaveral, las novelas del ciclo de Jeeves y Bertie Wooster (De acuerdo, JeevesJubilo Matinal¡Gracias, Jeeves!El código de los WoosterJeeves y el espíritu feudal). Aunque también sus cuentos son extraordinarios, sobre todo los que aparecen en Jovencitos con botinesOla de crímenes en el castillo de Blandings y El inimitable Jeeves.

Cruzando el atlántico encontramos los jocosísimos relatos de S. J. Perelman y de Woody Allen. Pero si un autor estadounidense me ha encandilado en la vida ha sido John Kennedy TooleLa conjura de los necios es digna de presentarse como una de las grandes obras maestras de la literatura del siglo XX y qué divertida que es. La novela cuenta las desventuras de Ignatius J. Really, un rechoncho treintón que vive con su madre en la carnal ciudad de Nueva Orlens. Ignatius, un particular tomista, es abrumado por la fealdad del mundo moderno y se embarca en una serie de disparatadas cruzadas en las que se mezcla con una caterva particularísima de personajes dispuestos a arrancarnos miles de carcajadas.

Si lo que el lector prefiere es el humor en nuestra lengua, mi recomendación es la de los autores de La otra Generación del 27. Los contemporáneos a García Lorca, Damaso Alonso y compañía, pero que no se dedicaron a renovar la poesía española, sino el humor. Los discípulos de Ramón Gómez de la Serna. Sobre todo Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. El primero es creador de un teatro que rebosa ingenio y chispa y que es tan adictivo como las papas Pringles o las pastillas de chocolate de La Ibérica, uno simplemente no puede leer solo una. Mis favoritas son Usted tiene ojos de mujer fatalLos ladrones somos gente honradaAngelina o el honor de un brigadier y Eloísa está debajo de un almendroMihura es un verdadero genio, un adelantado a su tiempo y su comedia Tres sombreros de copa lo demuestra con creces. Teatro del absurdo, veinte años de que se inventara el teatro del absurdo. Todo su teatro es fascinante, pero, además de Tres sombreros de copa, es indispensable leer El caso de la mujer asesinadita que escribe en colaboración con Álvaro de la Iglesia. Mihura también es un prodigio del relato corto y cualquier cosa que hay escrito es necesario leerla. Ahora me acuerdo de su desconcertante y divertidísimo relato Hijos noruegos que se puede encontrar en línea. Otro digno representante de esta generación de humoristas españoles es Edgar Neville, que además de relatos muy hilarantes, tiene una comedia singularmente bella titulada El baile, de la que se puede encontrar en YouTube una puesta en escena hecha para la televisión española. De unas generaciones anteriores a estos genios del humor es Pedro Muñoz Seca, autor de La venganza de don Mendo una chispeante farsa medieval con una versificación espléndida y un sentido del humor desternillante. Don Pedro murió fusilado en Paracuellos del Jarama en una de las tantas matanzas perpetradas por la genocida segunda república española. Poco antes soltó unas palabras a sus asesinos que demuestran que este monárquico y católico ferviente no perdió el sentido del humor ni en la hora final: «Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso— como estáis al hacer— mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡El miedo que tengo ahora mismo!»

En español, también encontramos al singularísimo cubano Guillermo Cabrera Infante, miembro del llamado Boom latinoamericano. Cuyos Tres tristes tigres es una explosión del lenguaje exquisita y sumamente disfrutable. Sus juegos de palabras difícilmente dejarán sin sonreír a cualquiera.

Todavía en el ámbito de las lenguas romances encontramos al italiano Giovannino Guareschi y su saga de Don Camiloun cura rural italiano que se enzarza en unas muy singulares y divertidas disputas con el alcalde comunista de la localidadDon Camilo y los jóvenes de hoy es un documento importantísimo, además de cómico, para entender los profundos cambios culturales y eclesiales que siguieron al mayo del 68 y al Vaticano II.

Si apostamos por tierras un poco más remotas podemos referirnos a tres autores eslavos: el ruso Arkadi Averchenko, el checo Jaroslav Hašek y el polaco Slawomir Mrozek, fallecido hace pocos años. Averchenko fue llamado por sus contemporáneos “El Rey de la Risa” y bien merecido lo tenía, es autor de un gran puñado de cuentos que no pueden escapar del curioso lector de literatura humorística. Aparte de los que se encuentran en internet, hay una muy buena antología chilena de sus cuentos titulada El crimen de la actriz Maryskina y otros cuentos. Hašek ha sido editado por importantes editoriales españolas y no es difícil encontrar Las aventuras del buen soldado Švejkun libro de unas 700 páginas, continuamente comparado con el Quijote y que relata las aventuras de un soldado bastante limitado intelectualmente en la primera guerra mundial y las consecuencias de su imposibilidad por entender el lenguaje figurado. Pero si hay un autor eslavo al que le tengo que agradecer algo es a Slawomir Mrozek, autor de más de  una centena de cuentos absolutamente geniales y contundentes que en menos de dos caras son capaces de dejarnos boquiabiertos y sonriendo a la vez. Su humor absurdo retrata la aún más absurda realidad de la Polonia comunista. Ha sido editado en español por la editorial Acantilado y para empezar con él recomiendo La vida para principiantes Magacín radiofónico.

Otros dos autores que no podía escapar a esta ya bastante largo artículo son los judíos Moyshe Kulbak y Albert Cohen. En Los Zelmenianos, Kulbak, natural de Bielorrusia, presenta de manera hilarante el conflicto entre dos generaciones de miembros de una familia divididos por la revolución rusa. El suizo Albert Cohen crea una muy entrañable pandilla de judíos provenientes de la isla de Cefalonia que con sus negocios y con sus locas ideas se envuelven en las más descacharrantes situaciones. Podemos seguirles la pista en las novelas Los esforzados y Comeclavos, donde aparecen como personajes principales, y en Bella del Señor, donde aparecen como secundarios.

Pero si lo que el lector prefiere es el producto nacional, el teatro de humor en el Perú republicano tiene dos grandes columnas: Felipe Pardo Manuel Ascensio Segura, que aún hoy nos sacan buenas carcajadas. Pero yo quisiera exhortar al lector para que lea a otro autor, que sin estar olvidado (sus obras se ponen en escena recurrentemente) merece más atención: Leonidas Yerovi, un versificador genial con un sentido del humor absolutamente brillante, demostrado tanto en sus comedias (Domingo sieteLa salsa rojaLa de cuatro mil o su irrepresentable e impúdico Don Juan) como en su poesía festiva.

En el Perú tenemos una muy buena tradición de literatura cómica que, más allá del inevitable Sofocleto, desemboca en una gran variedad de autores como Alfredo Bryce (sobre todo La vida exagerada de Martín Romaña), el Vargas Llosa de Pantaleón y las visitadoras y de La tía Julia y el escribidor (el más interesante a mi modo de ver), Luis Freire (El führer de la niebla), Gianni Biffi (Su póliza no cubre esta eventualidad, Sr. Samsa) o Pierre Castro (sobre todo en su segundo libro, Orientación vocacional).

En fin, creo que he dejado un buen puñado de recomendaciones como para que esta cuarentena nos dure un par de años más y aún sigamos con la sonrisa en los labios.

Juan Carlos Nalvarte Lozada



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