El gobierno central aprueba. Pasan unos días. El gobierno regional desaprueba. Pasan unos días. El gobierno central explica. Pasan unos días. El gobierno regional explica que las explicaciones del gobierno central son mentiras. Pasan unos días. El gobierno central explica que las explicaciones del gobierno regional sobre sus explicaciones están fundadas en la ignorancia (esta gente no entiende) o en la mala fe (esta gente es mala y quiere el desgobierno).
Por acá se percibe que Lima se parece al palacio del Zar que no tiene la más remota idea de lo que pasa fuera de sus muros. En Lima se percibe que Arequipa es un lugar demasiado alto, con falta de oxígeno y eso impide pensar a esa gente. Ambas percepciones son falsas.
Ni una ni otra. Lo racional no sirve porque el conflicto no es racional: es emocional, telúrico e histórico. Es una crisis de confianza cuyas raíces en las emociones de la gente están llenas del inmemorial relato del engaño y la explotación del poderoso y la oposición de un héroe regional que ama a su pueblo (sea lo que signifique hoy eso), y de una historia que se repite y la refuerza (Fujimori prometiendo un no schock, Toledo prometiendo no privatizar Egasa, Humala prometiendo que lo que decida el valle de Tambo iba a ser vinculante, PPK haciéndose el tonto, retrocediendo y bailando, Vizcarra saltando sorpresivamente al lado del empresariado y en contra del pueblo).
Listo, con eso tenemos un nuevo río revuelto. El escenario no puede ser peor. Una vez más, el gobierno central remueve un avispero cuyo panal no visitaba desde el 2015 y cuyos términos siguen idénticos: es la misma empresa, son los mismos opositores y con el mismo argumento simplista y duro como una pedrada: agro sí, mina no, y el mismo conflicto que da de comer a los monstruosos parásitos de siempre, extorsionadores, negociadores, líderes sin autoridad pero con una oportunidad de enriquecerse que no van a desaprovechar.
Y, como siempre, el conflicto se enardecerá hasta que tengamos algunos muertos, una gestaheroica que refuerce el mito, un nuevo retroceso del gobierno central cuya debilidad quedará, una vez más, al descubierto, y otra tensa calma que durará hasta la siguiente iniciativa del gobierno central, sea quien sea el que esté en él.
La única salida es un diálogo real. Pero esto requiere algo parecido a una conversión religiosa. Los actores de tal intercambio de ideas tendrían que experimentar lo mismo que un converso: que su vida anterior no tenía sentido y que esta nueva vida es en realidad una manera mucho más inteligente y buena de ver la realidad.
El lado del pueblo tendría que reconocer la necesidad de darle un ordenamiento racional a los recursos del valle (cambiar el cultivo de arroz, que como es sabido es de los que más agua consume siendo un problema la escasez de la misma en la región, por decir algo), abrirse a la posibilidad de un progreso real, sostenido y limpio de la zona pensando sobre todo en las futuras generaciones.
El lado del gobierno y la empresa privada tendría que cambiar su mirada sobre la gente del valle (y sobre la gente que no es LA gente en general), revisar sus propios miedos y prejuicios, escuchar de verdad, hacerlo capilarmente, convencer (dando garantías sobre la limpieza de la operación), y sobre todo involucrar a la población del valle en el proyecto (darles expectativa de futuro dentro del mismo) y así generar confianza.
¿Ocurrirá? Como toda conversión, sería realmente un milagro. Más o menos como la clasificación al mundial. La esperanza es que clasificamos. De todo puede ocurrir en este país. Hasta cosas buenas.
José Manuel Rodríguez Canales