¿Somos cerebros sociales?

En sus inicios, la neurociencia estudiaba el cerebro aisladamente, pero hace algunos años comenzó a interesarse por cómo actuaba en relación con otros (Baars y Gage, 2010, p. 447). En este contexto, el hallazgo de las «neuronas espejo» (MNs – mirror neurons) fue calificado por el reconocido neurólogo Ramachandran (2000) como uno de los avances más importantes en neurobiología del último tiempo, comparable con el descubrimiento del ADN en biología. Estas células cerebrales fueron encontradas en el año 1988 por un grupo de investigadores de la universidad de Parma (Italia), encabezados por Giacomo Rizzolatti. Estudiando el cerebro de los macacos llegaron a determinar que en la denominada zona F5 existen ciertas neuronas encargadas de las funciones motoras. El nombre establecido para designarlas fue mirror neurons porque se activan tanto al realizar una acción como al observar que otro la ejecuta, es decir, se encargan de «reflejar» las acciones de los demás.

Con las avanzadas técnicas de estudio cerebral no invasivas que se utilizan en la actualidad, es posible sostener que estas neuronas también están presentes en los hombres. Marco Iacoboni, director del Laboratorio de Estimulación Magnética Transcraneal (UCLA), se ha dedicado a profundizar en esta cuestión, convirtiéndose en uno de sus principales difusores en el mundo. Para él (2010, p. 249), las «neuronas espejo» no solo reflejan las operaciones de los demás sino que también permiten captar sus intenciones, incluso distinguiendo entre movimientos idénticos pero con objetivos diversos. A su vez, entran en funcionamiento cuando se escuchan sonidos vinculados a la actividad motora, aunque éstos no se vean, como también al observar acciones parciales. Según Iacoboni, el nuevo descubrimiento tiene consecuencias fundamentales en la interpretación de los vínculos intersubjetivos, ya que serían el fundamento de la empatía. Él considera que las neuronas espejo «simulan» las acciones de los otros, a nivel prerreflexivo y de manera automática, permitiéndonos «leer» la mente de los demás y explicar la interdependencia que hay entre los hombres.

En el ámbito filosófico, una propuesta de este tipo no puede pasar desapercibida. Entre quienes se han embarcado en la ardua tarea de pensar esto, quisiera destacar la propuesta fenomenológica de Gallagher y Zahavi. Ellos hacen un esfuerzo por ir más allá del comentario de los grandes fenomenólogos para continuar reflexionando en diálogo con otras disciplinas y corrientes filosóficas.

En La mente fenomenológica, Gallagher y Zahavi muestran que el descubrimiento de las «neuronas espejo» manifiesta que la captación de los demás implica la dimensión temporal, espacial, motriz y un contexto compartido. Todos estos elementos han estado presentes en la tradición fenomenológica sobre la empatía. Sin embargo, proponen entender la intervención de estas neuronas como parte del acto empático y no como un paso previo de simulación. Ellos entienden que la empatía es una «forma de intencionalidad en la que uno se dirige hacia la experiencia vivida de otro» (Gallagher y Zahavi, 2013, p. 271), o un acto por el que experimentamos «al otro directamente como una persona, como un ser intencional cuyas acciones y gestos corporales expresan sus experiencias o estados mentales» (Gallagher y Zahvi, 2013, p. 272). Por tanto, aquí no hay simulación sino conocimiento vivencial.

Cuando se habla de experimentar al otro no debe entenderse como un acceso a sus experiencias o a su conciencia al modo en que él la tiene. Esto se debe a que la perspectiva de segunda persona es distinta de la perspectiva de primera persona. La mente de los demás no me es totalmente accesible, la «alteridad del otro se manifiesta precisamente en su elusividad e inaccesibilidad» (Gallagher y Zahavi, 2013, p. 273). Por tanto, el conocimiento empático implica una tensión entre la cercanía y la distancia.

Esta forma de entender la empatía implica concebir al sujeto como algo más que un cerebro —aunque sea uno social—. Bennett y Hacker (2003) ya habían planteado las limitaciones de una propuesta que reduce al hombre a su dimensión cerebral con la famosa falacia mereológica, que «consiste en adscribir a una parte de una criatura atributos que lógicamente pueden ser atribuidos solo a la criatura como un todo» (p. 29). Los fenomenólogos suscriben esta crítica porque, para ellos, es necesario entender al cerebro como parte de un «cuerpo vivido» —Leib—. De esta forma, los sujetos que intervienen en la empatía se conciben como una unidad psicofísica. Y esto fundamenta la posibilidad de captar inmediatamente el estado del otro a través del modo en que se presenta. Si no reconocemos la unidad del comportamiento físico con los estados mentales y que la existencia de las personas se da en un mundo compartido, es difícil explicar la experiencia empática.

Como puede notarse, frente a una temática antropológica es fundamental distinguir los descubrimientos neurocientíficos de las interpretaciones que pueden hacerse de ellos. Para esta segunda tarea hay que reconocer el aporte de varias disciplinas. De otra forma, el reduccionismo es inevitable.

Pablo Emanuel Garcia

Referencias

  • Baars, Bernard, Gage, Nicole. (2010). Cognition, Brani, and Consiousness. Oxford: Elsevier.
  • Bennett, M. y Hacker, P. (2003). Philosophical foundations of neuroscience. Malden, MA: Blackwell Publishing.
  • Gallagher, Shaun, & Zahavi, Dan. (2013). La mente fenomenológica (Marta Jorba Grau, Trad. 2 a ed.). Madrid: Alianza Editorial
  • Iacoboni, Marco. (2010). Las neuronas espejo. Empatía, neuropolítica, autismo, imitación, o de cómo entendemos a los otros (Isolda Rodríguez Villegas, Trad.). Buenos Aires: Katz.
  • Ramachandran, Vilayanur Subramanian. (2000). Mirror neurons and imitation learning as the driving force behind “the great leap forward” in human evolution. Edge. Extraído desde http://www.edge.org/3rd_culture/ramachandran/ramachandran_index.html

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