De la posverdad a la verdad

El mes pasado, el Observatorio de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey publicó un artículo de Paulette Delgado denominado Enseñanza en la era de la posverdad. Aunque el texto se presta para ser reflexionado desde varios campos de las humanidades o de las ciencias sociales, mi intención es tomarlo solo como referencia para esbozar algunos apuntes particulares sobre la posverdad y la verdad.

El texto señala que el vocablo posverdad fue elegido por el diccionario de Oxford como la palabra del año 2016, esto significa que fue uno de los términos más sonados; asimismo, la autora presenta la definición que brinda la RAE[1] y la Fundéu BBVA[2] para este término. Ambas definiciones sostienen, como puntos en común, la alteración de la realidad y la opinión alejada de la verdad.

En el sentido griego, el término verdad ??????? (alétheia) significa el descubrimiento del ser (Ferrater, 1964). Santo Tomás afirma que toda cosa es verdadera en cuanto que tiene la forma propia de su naturaleza[3]. Así, la verdad posee un carácter ontológico, es decir, que la realidad goza de una propiedad intrínseca propia de todos los seres y que es otorgada por el acto de ser. Esta verdad puede ser alcanzada por la persona si es que se da una adecuación o correspondencia entre el entendimiento y la realidad, en otras palabras, si la declaración expresada en el juicio afirma lo que son las cosas o declara el ser de las cosas, se alcanza la verdad conocida como verdad lógica.

Las definiciones que plantean la RAE y la Fundéu aciertan al poner de manifiesto que la posverdad elimina la verdad ontológica de la realidad; por ende, altera la verdad lógica, es decir, conduce a la persona a expresar un juicio que no es conforme o adecuado con la realidad. Esta inadecuación entre el entendimiento y la realidad, termina creando una verdad aparente o ficticia: una posverdad.

Este panorama nos bosqueja una visión relativista, pues el negar la verdad propia de la realidad da paso a afirmar una verdad subjetiva que corre el riesgo de caer en error. Recordemos a los sofistas del siglo IV a.C., quienes presentaban una pseudo verdad a través de argumentos que aparentaban ser verdaderos pero que en el fondo eran falaces; o los escépticos, que llegaron a dudar de la posibilidad de conocer la verdad y terminaron por negarla. De la misma manera el sofista de la época actual declara con firmeza que todo es relativo y que no hay verdad absoluta, cayendo en la paradoja de afirmar como absoluto lo relativo.

En la modernidad, Kant descarta la posibilidad de llegar a conocer la realidad en sí misma y Hegel termina por afirmar que no existe. El siglo XX hereda este idealismo que evoluciona hasta convertirse en subjetivismo, constructivismo y mera interpretación. Muchos concluyen que si no existe la realidad solo queda construirla con interpretaciones subjetivas. Este es el caso de Nietzsche que afirma que no existen los hechos sino solo las interpretaciones, o Wittgeinstein, quien sostiene que la realidad es construida mediante los juegos del lenguaje, o Foucault que expone la realidad como una construcción social. Hoy es cada vez más común encontrar esta visión de la realidad. Por ello, Bauman llega a denominar nuestra época como modernidad líquida.

Propio de esta realidad de la modernidad líquida, es el uso difundido del término deconstrucción, postulado por Derrida y que Quevedo (2001) describe como la acción de desordenar y reordenar, desmontar y remontar, poner toda la verdad en cuestión y sospechar de la esencia de las cosas (p.p. 228-229). Quizá Derrida quiere seguir los pasos de Heidegger y otros, al querer destruir la tradición original para dar protagonismo a la posverdad. En ese sentido, habría que analizar el consejo brindado en el segundo párrafo del texto de Paulette Delgado: las escuelas deben ayudar a los estudiantes a deconstruir lo que ven en los medios y las redes sociales.

Al parecer, la autora está invitando a los estudiantes a poner en tela de juicio la verdad fundada en el ser mismo para promulgar su verdad particular. En realidad, habría que hacer todo lo contrario: los maestros debemos orientar a los estudiantes para que reconozcan adecuadamente lo que son las cosas y educarlos para que aprendan a formular juicios que estén en concordancia o conformes a la realidad. En suma, lo que se necesita en el ámbito educativo, es una constante invitación para que los estudiantes dejen las posverdades y vuelvan a la verdad real.

Edgard Javier Acosta Agudo

Referencias bibliográficas

Delgado, P. (2019). Enseñanza en la era de la posverdad. Recuperado de Observatorio.tec.mx

Ferrater, J. (1964). Diccionario de filosofía. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Quevedo, A. (2001). De Foucault a Derrida. Pamplona: Ediciones Eunsa.

Tomás de Aquino, S. (2001). Suma Teológica, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

[1] «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales».

[2] «Relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal».

[3]S. Th. I, q. 16, a.2

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