Empiezo por pedir disculpas si este post sabe demasiado amargo. Debo reconocerlo, algo de descargo tiene. Algunas cosas que he visto en los últimos días me han impulsado a levantar una crítica frente a la inconciencia que a veces mostramos contra el espacio que habitamos. Por un lado, creo que hay ignorancia y, por otro, una terrible repugnancia al esfuerzo.
No soy vegano, ni vegetariano, tampoco me considero un ambientalista. Es más, debo reconocer que mi inclinación hacia lo humano, me ha llevado a criticar algunas iniciativas que parecen un poco desequilibradas frente a las prioridades de la vida.
Sin embargo, hoy tengo que alabar esa inclinación, porque en el fondo revelan un leve sentido de responsabilidad que tendría que resonar más fuerte en la población.
Me explico. Estoy cansado de ver gente tirar la basura en la calle. Residuos que salen volando de carros y papeles que caen de manos incautas, sin ningún dolor ni mucho menos remordimiento. Como si la calle no fuera de nadie. Como si público fuera sinónimo de a nadie le importa y no más bien espacio de todos. Ya quisiera ver que a alguien le rieguen la basura en su casa. Estoy seguro que ardería en cólera. Claro, como la calle no es de nadie, entonces pocos son los que se indignan.
Estoy también cansado de tipificar mis desechos y ver como el camión de basura mezcla el plástico, el papel y los residuos orgánicos con el más descarado desparpajo. Como si Facebook, Instagram y otras redes sociales, con todo lo tendenciosos que pueden ser, no nos inundaran ya de suficientes imágenes en donde se nos muestra el daño que nuestra comodidad causa en nuestros ríos – de los mismos donde tomamos agua –, en nuestros océanos – de los mismos de donde comemos – y de nuestros campos – de los mismos de donde respiramos –.
También estoy cansado de ver buses, carros medianos, automóviles viejos que parece que no tienen un tubo de escape sino una chimenea de fábrica metalúrgica. Es curioso que no nos demos cuenta que a la larga los problemas ambientales nos causan un verdadero daño. Hoy parece invisible, por eso parece no importar. “Mejor que se ocupen a los que les toque la emergencia”. Es el pensamiento que, inconsciente, parece albergarse en nuestra mente como un cáncer.
No quisiera alargarme en ejemplos, creo que he derrochado ya demasiada bilis a la hora de denunciar los tres anteriores. Ahora, me interesa solo dejar un alcance filosófico de todo esto. No se trata de cuidar solo el medio ambiente, se trata de cuidarnos a nosotros mismos.
En la fenomenología existe una extraordinaria distinción entre cuerpo-vivido y cuerpo-objeto[1]. Como la experiencia nos revela no hay persona sin cuerpo. Todos los cuerpos son vividos y eso quiere decir que son personales, que son siempre de alguien. Nuestro cuerpo no es un instrumento, somos nosotros mismos.
Sin embargo, nuestro cuerpo tiene algo de objetivo. Comparte con la naturaleza las mismas leyes y está sujeto a las mismas condiciones de la materialidad. En ese sentido, como pensaba Maurice Merleau-Ponty, nuestro cuerpo tiene un aspecto objetivo.
Es aspecto objetivo, es común, es decir, es parte de todo lo que somos los hombres y que compartimos con la naturaleza en general. Vayamos a la conclusión. Hay un aspecto común entre mi cuerpo y la realidad natural entera. Si mi cuerpo lo cuido porque es mío, porque soy yo, al ambiente hay que darle la calidad de cuerpo común. Eso significa que también es mío y que debo cuidarlo de la misma manera preventiva, terapéutica e, incluso, cosmética, como cuido lo que considero propio.
Sí, casa común significa que nadie te debe tirar la basura en tu sala, que el río es como la alfombra de tu casa, la calle como tu sala y el aire como tu hígado. Es tan tuyo como de todos. Tomemos conciencia, pidamos más políticas públicas para controlar estas cosas, pero, sobre todo, seamos responsables. No deberíamos necesitar la ley para que nos obligue, bastaría simplemente con entender que estamos tan implicados en esto que todas las consecuencias recaen directamente sobre nosotros mismos y sobre nuestra descendencia. El ambiente es como tu cuerpo ¡Cuidemos la casa común!
[1] Maurice Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, Gallimard 1945.