Desde hace algún tiempo, vengo utilizando libros de literatura en mis clases de antropología. El último año, con los estudiantes de Computer Science, hemos leído textos de ficción tecnológica. Buena parte de esta literatura está inspirada en el miedo a lo que se viene pero me parece que también inspira el futuro tecnológico que, por momentos persigue nuestra sociedad y del que no somos tan conscientes.
Mi intención, además de enseñar antropología, es que los estudiantes enriquezcan su lenguaje, puedan comparar conocimientos y, con ello, crecer en su capacidad crítica. Paul Ricoeur, un autor al que le he dedicado muchas horas en mis últimas investigaciones, dice que en la literatura es donde la unión entre la acción y su agente se deja aprehender mejor, de modo que la literatura aparece como un vasto laboratorio para experiencias de pensamiento donde esta unión se somete a innumerables variaciones imaginativas (Ricoeur, Sí mismo como otro, 2006, p. 160).
Justamente por eso, la literatura es también un laboratorio ético en donde contemplamos las profundidades de la existencia humana y aprendemos a enfrentar algunos desafíos prácticos de la vida con mayor prudencia. Leer exige ser crítico, o tener sentido común, que vendría a ser algo parecido. No todo lo que leemos es bueno ni lo podemos aplicar a la vida. No quisiera que mis estudiantes perdieran la noción de las cosas y terminasen tratando de perseguir sueños irrealizables, es decir, utopías. Pero, dado el beneficio de crecer en capacidad crítica, bien vale la pena correr el riesgo.
Por eso, durante el presente curso, les pedí a leer Mundo Feliz de Aldous Huxley. En el examen parcial, tenían que relacionar un texto de la novela con la dignidad y la noción de persona que habían aprendido en clase. Aunque alargue demasiado el post, vale la pena leerlo:
Un hombre civilizado no tiene ninguna necesidad de soportar nada que sea seriamente desagradable. En cuanto a realizar cosas, Ford no quiere que tal idea penetre en la mente del hombre civilizado. Si los hombres empezaran a obrar por su cuenta, todo el orden social sería trastornado […] —Es que a mí me gustan los inconvenientes— dijo el salvaje. —A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad. —Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el derecho a ser desgraciado.
—Esto, sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre, el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho a pillar un tifus; el derecho a ser atormentado.
Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
—Están a su disposición —dijo.
Debo decir que quedé gratamente sorprendido por las reflexiones de mis alumnos sobre este fragmento. Son varias y muy lúcidas, pero, por la brevedad de este espacio, comparto solamente las dos mejores respuestas, con pequeños arreglos en la redacción -no en las palabras y, mucho menos, en el sentido con el que las emplearon.
Como el examen es anónimo, he puesto el código del mismo en lugar del nombre del autor. Se me ha ocurrido que, dado el tema, es una buena broma cambiar por esta vez el nombre por un código. He dejado la sorpresa y la felicitación para la entrega personal de los resultados.
A1853340: En el mundo feliz en realidad viven como máquinas, siendo importantes solo por su funcionalidad. El salvaje prefiere una vida libre, aunque de mayor riesgo de desgracias, porque es la forma en que se puede ejercer sus capacidades como persona, ejercer su libertad, su racionalidad […] En esa sociedad eligieron la felicidad por encima de la libertad. Y es, de hecho, una falsa felicidad porque no hacen uso de sus verdaderas capacidades como personas [… ] Si todos comprendiéramos nuestro valor como personas y el de nuestra dignidad, todo podría mejorar y la impredictibilidad de nuestra libertad podría tornarse orden y respeto, y no caos y discriminación”.
A1853354: Huxley presenta en su obra una dura crítica (mofándose hasta cierto punto) de la visión del futuro tecnológico del hombre. Un futuro que aparece, desde su perspectiva, sombrío y automatizado; donde todo se controla, nadie piensa, y el soma es el escape de la realidad que soluciona cualquier problema. Sin embargo, es curioso lo que dice Mond: ‘para alejarse del dolor, hay que alejarse de lo que nos hace humanos; el amor y la conciencia de nuestra dignidad’… haciendo un contraste con la actualidad, y nuestra sociedad sometida por la noción de funcionalidad, no tenemos ya casi tiempo para pensar en aquellas cosas ‘no funcionales’ de vital importancia en nuestra vida. Pues, pensar nos hace libres, madurar nos hace libres, y la libertad nos hace felices. Si bien el salvaje -desde mi punto de vista- es demasiado romántico, acepta las consecuencias de ser libre y, por tanto, acepta la tarea que conlleva ser persona”.
Los guiños a las humanidades me hacen sentir más que bien servido, pero, sobre todo, me alegra que lograran captar esta sutil y paradójica realidad que no es siempre fácil de aceptar: no todo avance tecnológico es un avance humano. La vida digna de ser vivida exige el riesgo de ser libres. No hay historia que narrar donde no hay algo vivido que valga la pena ser narrado. Y esa aventura de vivir está expuesta al sufrimiento, al dolor y a la pérdida. ¿Quién en nuestros días reclama ser vulnerable y vivir la vida tal como ella se presenta? ¿Quién quiere vivir lo insospechado y lo incalculable del futuro sin pensar que sería más fácil tener todo calculado? Solo alguien que sabe que el frágil potencial de nuestra libertad se realiza solamente en medio de las vicisitudes humanas y las fragilidades del corazón.
Curiosamente, sin esos elementos, aunque nos resulte difícil de aceptar, no habría héroes, ni epopeyas, ni finales felices, ni nada. Por eso, para ser feliz, que en realidad solo se consigue al final de una larga carrera -digan lo que digan los expertos contemporáneos de la felicidad-, hay que arriesgarse a ser libres, a hacer las cosas por convicción de que la verdad nos puede encontrar y podemos servirla sin manipularla. En otras palabras, para ser libre hay que correr el riesgo de incomodarse, de sufrir, de pensar, de leer, de conocer, de prometer, de olvidar, de traicionar y ser traicionado, en resumidas cuentas, de amar.
Juan David Quiceno Osorio