El fenómeno que representó Juego de Tronos ha llegado a su fin y nos deja lecciones para reflexionar. Dejando de lado críticas como el abuso de escenas pornográficas, la violencia explícita o el apresurado final de la última temporada, creo que la serie tiene una complejidad suficiente, ofreciéndonos algunas enseñanzas.
En primer lugar, la necesidad mitológica de nuestra época. El mito es un discurso basado en la tradición y la leyenda, que busca explicar el universo; es decir, proporcionar una cosmovisión, dar un sentido a la vida. De acuerdo con el psicólogo clínico Jordan B. Peterson, una verdadera historia mitológica se caracteriza porque es posible hablar de ella una y otra vez sin acabar de comprender su para qué, siendo una fuente inagotable de significado. Creo que Juego de Tronos tiene esa característica, primordialmente porque su autor, George R. R. Martin, escribió la novela sin estar seguro de hacia dónde iba a parar la trama ni el destino de sus personajes.
Por otro lado, nuestra época se caracteriza por la pérdida del sentido, asignando mayor valor a la técnica que a la sabiduría, a las ciencias empíricas que a la filosofía y la teología, a la economía y sus resultados que al logos y su significado. Una vida así no merece ser vivida, es una vida vacía que no tiene un norte, algo que conseguir, una batalla que ganar, una epopeya en la que participar. Por ello, la popularidad de la serie revela esa necesidad no atendida por el mundo posmoderno. Es el grito silencioso de una época que busca darle sentido a su vida a través de un programa de una hora los domingos. Se reúnen amigos y familiares, en casas y bares, para compartir una experiencia religiosa, en una nueva misa pagana que dota de significado a su semana.
En segundo lugar, podemos interpretar Juego de Tronos como una historia de redención humana. Según las palabras del propio Martin: «[…] lo que hace que cualquier ficción valga la pena leer, es el hecho de que estás hablando de personas. […] se trata de personas que intentan tomar decisiones sobre lo que es correcto y lo incorrecto, sobre cómo sobrevivir, preguntas sobre el bien y el mal»[1]. Si bien la serie distingue entre lo bueno y lo malo, esta diferencia no es del todo manifiesta en la actitud de muchos de sus personajes -por ejemplo Varys, Tyrion, Daenerys o incluso Jon Snow-. Ellos se encuentran en un constante conflicto interior que en ocasiones les impide discernir entre ambas dimensiones del espectro moral. Además, son personajes complejos que no siempre toman la decisión correcta aun siendo conscientes de ello; que buscan consejo, pues no siempre saben qué deben hacer en determinadas circunstancias (incluidos los héroes de la serie). Pero que, a pesar de todo, lo intentan una y otra vez, incluso a costa de sus vidas, buscando el bien de los otros, el bien común[2].
Haciendo comparaciones, el hombre moderno no es el de inicios del siglo XX, a quien J. R. R. Tolkien hablaba e inspiraba con El Señor de los Anillos. La mitología del escritor británico ofrece mayores distinciones entre el bien y el mal, y sus personajes son buenos o malos con mayor solvencia. Martin, al contrario, habla al hombre de fines del siglo XX e inicios del XXI, un hombre más confundido, licencioso y hedonista, pero inclinado a conseguir la virtud por su naturaleza.
En ese sentido, el hombre de este siglo se encuentra a sí mismo en esos personajes de cierta ambivalencia moral. Anhela desde el fondo de su alma salir de la miseria moral en la que se ve envuelto; pero, al igual que los personales de Juego de Tronos, sólo intuye el bien, no lo conoce explícitamente. Así, cada hombre se reconoce frágil y necesitado, pero a su vez esperanzado en que puede ser el héroe de su historia, sacrificándose por el bien de los demás, buscando una sociedad más justa en la que valga la pena vivir.
Finalmente, entre las múltiples interpretaciones de la novela de Martin, me quedo con estas dos: la necesidad de una cosmovisión que dé sentido pleno a la realidad y otorgue significado a nuestra existencia; y nuestro profundo deseo para alcanzar la virtud moral, de redimirnos de nuestra propia indigencia existencial. Así pues, huyamos del nihilismo que nos impone este mundo moderno, en pos de ese sentido trascendente que nos impulse a liberarnos del sufrimiento en el que nos encontramos.
[1] Tomado de una entrevista hecha por The Guardian el 10 de Noviembre de 2018.
[2] “Ve y falla de nuevo” le dice Davos a Jon Snow, luego de que éste intentó salvar la vida de todos a costa de la suya. Y resucitó… una referencia más al mito y la religión.
Gonzalo Flores-Castro Lingán