Al cumplirse un poco más de una semana de la muerte de Vincent Lambert escribo estas líneas, tanto para honrar su vida como para poner nuestra atención en un hecho que ha pasado desapercibido por estos lados del planeta y que levanta cuestiones urgentes en las que debemos ponernos a pensar seriamente.
¿Sabes quién es Vincent Lambert?
Les hice esta pregunta a varios amigos cercanos, tanto dentro como fuera del círculo académico. Casi ninguno de ellos tenía idea alguna sobre él. Vincent Lambert fue un enfermero psiquiátrico francés quien fue cruelmente asesinado hace muy pocos días, con la anuencia de la ley, que no supo defenderlo. Y digo cruelmente, pues este padre de familia de casi 43 años murió de hambre y sed por mandato legal.
Vincent Lambert gozaba de perfecta salud cuando el año 2008, dos meses después del nacimiento de su primera y única hija, tuvo un accidente de tránsito. Al ser un muchacho de 32 años y fuerte, logró sobrevivir, sin embargo el daño causado lo dejó en estado tetrapléjico. Los primeros años fueron de esperanza en su recuperación. Pero la recuperación no llegó. Y entonces, habiendo transcurrido cinco años, a partir del 2013, tras el fallo de numerosos equipos médicos, se inició una batalla legal sobre su vida que reavivó el debate sobre la eutanasia en Francia y que dividió a una familia y a todo un país. De un lado sus padres y dos de sus hermanos, luchando por su vida. Del otro lado su esposa, un sobrino y sus otros cinco hermanos, pidiendo para él una muerte con dignidad.
Hasta en tres ocasiones se dictó la orden para su desconexión y tantas otras la orden para su reconexión. La cuarta ocasión fue la definitiva. No hubo contraorden. He utilizado las letras en cursiva en las palabras desconexión y reconexión a propósito, pues es con ellas con que la mayoría de los medios informan sobre este caso. Y Vincent Lambert ¡no estaba conectado a ninguna máquina! Él podía respirar por sí mismo y todas sus funciones vitales estaban estables. No estaba enfermo y no requería tratamiento alguno. Únicamente se le proporcionaba el alimento y la bebida por medio de una sonda y se le brindaban los cuidados básicos de enfermería que su condición requería. Y también se le daba lo que su condición de persona exigía: amor. Sus padres nunca se apartaron de su lado. Y tampoco le faltaron amigos, pues recibía visitas constantemente. Existen varios vídeos suyos circulando por la web que no pueden dejarnos indiferentes. Su mirada, sus gestos, sus lágrimas. Y las de sus padres.
Pero su caso tenía que utilizarse para promover la eutanasia también en Francia como antes se hizo en Holanda o en Bélgica con otros casos. Porque a los ojos y sentires de una sociedad del descarte, de una sociedad hedonista, utilitarista y superficial no se tolera el sufrimiento. Porque a los ojos de muchos una vida doliente es indigna de vivirse y no es de calidad. Porque a los ojos de muchas filosofías una persona que no es consciente de sí misma, racional o autónoma o que haya perdido accidentalmente esas cualidades, como en el caso de Vincent Lambert, simplemente no es persona. Porque frente a estas filosofías se puede excluir sin más de la comunidad de las personas a cualquiera que no de la talla cumpliendo requisitos impuestos por Dios sabe quiénes o con qué autoridad, más allá de cualquier buena intención.
Y así, nueve días después de la última orden judicial, Vincent Lambert dejó de iluminar el mundo con su presencia. Lo sedaron profundamente “por compasión”, para que no sufriera el hambre y la sed, aunque eso fue exactamente lo que lo mató. Ni siquiera dejaron entrar a sus padres a despedirse “por seguridad”. Así, la mañana del 11 de julio de 2019 se nos fue una vez más uno de aquellos a los que más debiéramos como sociedad haber protegido, uno de nuestros hermanos más pequeños[1].
La muerte de Vincent Lambert nos pone delante preguntas que debemos responder y desafíos que debemos enfrentar. Ninguna persona debiera permanecer indiferente. Legisladores y políticos, personal médico y sanitario, pensadores y académicos. Y tú y yo. La defensa de la dignidad de las personas, de todas y cada una de ellas y el valor de cada vida debe interpelarnos de manera personal. Debe implicarnos directamente. Aun cuando ello implique ir en contra de la corriente por la que gran parte de la sociedad actual se está dejando llevar.
[1] Cfr. Mt, 25,40.45
Miriam Berrios Garaycochea