Un signo alentador para la humanidad es la percepción, cada vez más clara en el mundo empresarial, de la necesidad de conciliar la vida personal y el trabajo. Parece evidente que no tiene sentido acumular logros empresariales si, aparejados a ellos, se acumulan grandes fracasos íntimos en los aspectos básicos de la vida: matrimonio, familia, valores personales, una conciencia limpia. Un éxito que termina por hacer infeliz al exitoso no parece ser precisamente eso, un éxito.
No es fácil dar una respuesta a esta inquietud, se requiere mucho diálogo y comprensión de los dinamismos internos del mundo empresarial y al mismo tiempo una cierta cultura sobre la persona que necesariamente ha de venir de ámbitos distintos como el de las humanidades, la psicología, la filosofía, la teología, la literatura y las artes.
Un error frecuente para responder a esta necesidad es añadir algún tipo de motivación espiritual como un elemento más de la gestión empresarial. Junto al presupuesto, ingresos, egresos, rentabilidad, planillas, proveedores, clientes, legislación comercial, capital humano, gestión de talentos, liderazgo, se añade, a las tareas cotidianas, algo parecido a una espiritualidad cuyos resultados no son los esperados.
A veces, el esfuerzo -costoso por cierto- se queda en experiencias emocionales de mediana duración, y los directivos, pasada la novedad, terminan por volver a lo de siempre. Otras veces, se confunden planos, se despiertan expectativas coherentes con el nuevo discurso humanista que la empresa no está preparada para satisfacer, y el resultado es contraproducente: en lugar de mejorar, el clima laboral se enrarece. La motivación espiritual o ética, no puede ser un insumo para la gestión mientras que el único mundo público y verdadero es el económico.
¿En qué consiste, en el fondo, este error? En creer que la vida espiritual es una necesidad emocional y se puede utilizar para mejorar el rendimiento. La vida espiritual es en realidad la vida más profunda y auténtica de la persona, un fondo vital que genera la lectura global del mundo que lo orienta desde dentro. En ella se juega todo, según ella hacemos todo. De la fe que tengamos depende cómo vivimos. Es el señor al que servimos, el fondo de la conciencia.
Una verdadera vida espiritual no puede ser añadida, tiene que ser descubierta como fundamento de la acción cotidiana. Se basa en principios claros sobre los cuales construir la empresa: la persona humana como centro, el bien común como fin, la subsidiariedad como gestión, la solidaridad como estilo, las virtudes (justicia, prudencia, templanza y fortaleza) como la motivación de fondo. Cuando una empresa se construye sobre esos principios, la vida espiritual inspira la realidad y ordena todo lo demás, se genera un respeto natural a los directivos y un compañerismo proclive a la amistad sana, características esenciales de un buen clima laboral.
¿La vida espiritual asegura la rentabilidad? No, nada la asegura en realidad. Ni la avaricia más feroz la asegura a largo plazo. Lo que la vida espiritual asegura es la felicidad, que es el sentido de la rentabilidad. Por eso no es raro que en el largo plazo coincidan.
José Manuel Rodríguez Canales