¿Por qué estudiar teología?

Cuando me han preguntado a qué me dedico y he respondido que soy teólogo han ocurrido cosas bastante peculiares.

Una de ellas es que el interlocutor piense que ha oído mal la palabra “geólogo” por lo cual continúa la conversación preguntándome en qué mina, empresa privada o dependencia del Estado trabajo. Otra es que una vez que he corregido el error, la persona me pregunta si conozco al padrecito tal de la parroquia tal; o se despache toda una historia sobre el colegio de curas donde estudió; y, si su experiencia es buena, hable con añoranza o, si es mala, termine por decirme que él ya escuchó Misa para toda su vida y que los curas son lo peor. Otra más es que me pregunten si soy sacerdote, si lo quise ser y por qué no lo fui.

En cada uno de estos casos uno termina en una agradable charla sobre diversas cuestiones de la vida dejando de lado justamente el tema por el que comenzó la conversación. En todo esto lo que se nota es que la persona no tiene idea de lo que sea la teología o, la que tenga, le evoque lo que conoce como “religión”; es decir, una de esas cosas que, junto con la política, no se debe hablar en la mesa porque divide a la gente. Por eso la más común de todas las reacciones es que el interlocutor exprese su absoluta ignorancia sobre el tema con un polivalente y vacío: “debe ser muy interesante”.

Por esta razón es que me tomo el trabajo de responder a la pregunta del título. Para hacerlo lo primero es tratar de definir o delimitar la teología. Como es bastante conocido, la palabra quiere decir “tratado sobre Dios”, es decir, estudio, enseñanza, discurso y lógica de un tema llamado Dios. Esto no es falso pero no es preciso ni completo en términos estrictos del objeto que se estudia. En realidad, la teología tiene como objeto de estudio la Revelación, es decir, lo que Dios nos enseña sobre Él mismo, el hombre y el mundo.

Como es también evidente, la Revelación supone la fe en Dios (en su existencia, en su bondad y en su enseñanza), es decir la afirmación racional de una Verdad reconocida como tal por la autoridad de quien la revela. Este aspecto diferencia a la teología de la historia, la filosofía, la psicología, la sociología de la religión o cualquier otra ciencia humana que tiene como objeto la lógica, las características o los efectos de la religión en las personas o la sociedad. Sin la fe el objeto de estudio de la teología sería tenido por un fantasma, es decir, un producto de la mente humana que tendría en otros aspectos su explicación.

Si Dios, cuya Revelación es el objeto de estudio de la teología, es real como lo predica y asume la fe, la primera respuesta cae por el propio peso de esta primera afirmación. Nada sería más importante que estudiar lo que dice de Sí mismo, de los hombres y del mundo, Aquél que es el origen y fin de todo. La teología, independientemente de la valoración que de ella tengan las personas, es, desde esta perspectiva, la ciencia más valiosa y útil de todas. Históricamente hablando, y precisando todo lo que sea necesario, podemos afirmar que así fue por lo menos en los orígenes de lo que hoy llamamos Occidente, con todo el inmenso aporte cultural que ha tenido y tiene aún hoy. La universidad y el hospital, por dar ejemplos, fueron dos de las grandes invenciones que surgieron de la búsqueda de la verdad nacida en el corazón de la Iglesia y expresada en primer lugar en la teología. Europa, y todo su horizonte de influencia, le deben a la teología buena parte de su origen.

Una segunda razón que se desprende de esta primera es que, como en el caso de la filosofía, todos los seres humanos somos teólogos por naturaleza. Es decir, todos de una u otra manera desarrollamos un pensamiento sobre Dios, establecemos con mayor o menos precisión o piedad, un conocimiento sobre la Revelación. Y si esto es así, estudiar teología es un ejercicio importantísimo de autoconocimiento y comprensión de la propia vida.

Una tercera respuesta, más relacionada al mundo académico, es que la teología sirve para razonar libremente sobre asuntos que al no ser visibles, medibles o constatables por los paradigmas de las ciencias naturales, se dan por conocidos siendo imprecisos, llevándonos a graves errores en la comprensión de uno mismo y las relaciones con los demás. Si no se estudia teología es muy probable que otra ciencia ocupe su lugar, reemplazando a Dios por un objeto inferior al ser humano mismo y poniendo a esa ciencia como el único paradigma de la sabiduría humana. Lo grave de un asunto así es que se produce la peor de las ignorancias que suele dar a luz a las peores tiranías: creer que se sabe lo que no se sabe. La tecnología, la economía, las ciencias políticas o históricas, las ciencias de la salud, la física, la biología y cualquier otra expresión de las ciencias positivas ya demostraron con dos guerras mundiales y una infinidad de atropellos de los derechos humanos, que no pueden ocupar el lugar decisivo que tiene el sentido de la  vida en la consecución de la felicidad humana.

Hay muchas razones más pero se me ocurre una cuarta que es indispensable: se estudia teología para alcanzar la salvación. Y esta razón ubica la ciencia teológica en su justo lugar que es estar al servicio de la salvación humana. La libera así de las confusiones que suelen surgir en sus ambientes; evita las rarezas y vanidades de los teólogos, ubica a los estudiosos en el horizonte de la santidad y la vida espiritual, los invita a la humildad que es el único antídoto que impide que la ciencia hinche y no edifique. En este contexto de la salvación es que se estudia teología para enseñar y servir a los demás. En serio, para otra cosa, no vale la pena.

José Manuel Rodríguez Canales

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