¿Basta con escribir como suena?

La doctora Karina Galperin es una autoridad en ortografía española. En una conferencia que vimos en el Diplomado de Postgrado en Redacción Académica y Científica que algunos profesores de la universidad estamos siguiendo, toca un tema recurrente en el uso de la lengua: la necesidad de adecuar las normas ortográficas al uso de hoy. La discusión está entre la forma de escribir que aprendimos y la necesidad de incorporar cambios que faciliten la escritura. Galperin sugiere el criterio fonético como fundamento de los cambios, es decir, basta que se escriba como suena. Razones no le faltan y las expone de forma bastante convincente. Sin embargo, me parece que hay algo que olvida: la palabra escrita también suena, es decir, la forma en que está escrita tiene sentido en sí misma y, de esta forma depende que se entienda o no, la idea que el que escribe quiso expresar.

Partamos de la experiencia del lector, un actor fundamental en este asunto. No le falta razón a la doctora Galperin al decirnos que la función de la ortografía es muy simple: se trata de unificar la forma en que escribimos para que sea más fácil entendernos. Justamente por eso, la necesidad de la convención ortográfica es absoluta para el que lee: los cambios en las palabras deberían tener, por lo tanto, una justificación mucho más sólida que el criterio fonético. Más aún, si cabe, en una región como Hispanoamérica, en la que tenemos tantos dialectos y formas de hablar tan diversas y fonéticamente ricas.

Imagínese el lector de este texto, encontrar así el célebre verso de Vallejo:

Ai golpez en la bida tan fuertez io no ce…

Probablemente no lo reconocería o pensaría en una broma, o en que le están proponiendo un juego rupturista como expresión novedosa o algo así, pero, incluso si así fuera, necesitaría conocer las normas que el autor rompe para valorar su expresión. El libro Pájinas libres de Manuel Gonzáles Prada es un célebre ejemplo de este tipo de intentos trasgresores.

Un segundo asunto es la importancia de conservar las palabras para no perder entendimiento de la realidad. Y en esto, la etimología es indispensable. Galperin ridiculiza el criterio etimológico exagerando: deberíamos saber latín, griego o árabe; o diciendo que igual recurriríamos a diccionarios etimológicos cuando nos interesara buscar el origen de una palabra. No es tan fácil como eso, porque justamente la forma de escribir la palabra es lo que nos suele despertar el interés por su origen. Si simplemente se escribe como suena, ni nos enteraríamos de dónde viene; y, sin enterarnos de dónde viene, perderíamos buena parte del horizonte semántico que la palabra escrita abre al lector atento.

Galperin se concentra en la dificultad de escribir y en el tiempo perdido en aprender ortografía. Arguye también que con los cambios tecnológicos hay mucha más gente que escribe, e incluso los más leídos, prescinden de la ortografía por la rapidez de la comunicación en las redes sociales. La debilidad de su discurso está en que olvida la lectura. Hay una experiencia fonética también en leer: uno habla interiormente cuando lee, y de este hablar interior depende la comprensión del texto. Este aspecto es fundamental, y, en él, la ortografía juega un papel básico. No en vano el que lee tiene buena ortografía, y la tiene no por aprender normas sino por el hábito que le genera el placer de leer.

Pienso que, en lugar de cambiar normas de ortografía, es mucho más importante promover el hábito de la lectura. En líneas generales, la discusión sobre las normas ortográficas me parece algo secundario a la necesidad de leer. Y, cuando digo secundario, no estoy desvalorizándola, sino precisamente valorándola en su lugar: la ortografía está al servicio de la lectura, es ella su razón de ser, y no al revés. La misma etimología: Recta escritura, nos lo dice. Uno escribe para ser leído, no para ser hablado, por lo tanto es mucho más importante escribir como se debe a escribir como se habla.

José Manuel Rodríguez Canales

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