Debate y honestidad intelectual: un aporte medieval

Uno de los beneficios de pasar los últimos siete años de mi vida leyendo a Tomás de Aquino ha sido la posibilidad de conocer y profundizar en el método que usaban para pensar en esa época, llamado la Cuestión disputada. Las cuestiones disputadas solían ser debates públicos, que luego se ponían ordenadamente por escrito. Esta tenía una estructura muy simple.

  1. Se plantea una pregunta, es decir: la cuestión disputada. Por ejemplo: ¿Es libre el hombre?
  2. Se plantean todos los argumentos conocidos en contra. Siguiendo el ejemplo, los argumentos por los que parece que el hombre no es libre.
  3. Se presenta una solución a la pregunta. En este ejemplo: demostrar con argumentos que el hombre sí es libre y en qué sentido.
  4. Se refutan los argumentos en contra presentados en 1.

La recopilación de los argumentos en contra tiene rasgos muy importantes:

  1. Era todo lo exhaustivo que podía ser. No pocas veces Santo Tomás consideraba 15 o más argumentos en contra.
  2. Suponía una gran erudición y respeto por las posturas y los autores previos y actuales que habían tratado un tema. Era signo de una apertura mental notable.
  3. Suponía una gran honestidad intelectual: de lo que se trataba era de considerar seriamente todas las posiciones contrarias a la de uno.
  4. Era todo lo preciso que podía ser. Eso supone hacer el esfuerzo por entender la posición contraria, y formularla de la mejor forma posible. En el caso de Santo Tomás, se dice que muchas de las formulaciones de las objeciones eran más claras y mejor sustentadas que las formulaciones mismas de sus autores originales.

El núcleo de la cuestión disputada era la solución. Era donde el autor exponía su postura. Tenía que ser razonada, sustentada, y además, suficientemente potente como para luego servir para rebatir todos los argumentos en contra previamente presentados.

Posteriormente se procedía a responder a las objeciones, una a una. Esto no se usaba para ridiculizar la postura contraria, sino más bien servía para rescatar la parte de verdad que la objeción tenía, y luego mostraba en qué sentido tenía una debilidad, por la cual constituía un error, la cual corregía.

La cuestión disputada es una tarea extraordinaria de la razón, esencialmente constructiva.

Estamos perdiendo la capacidad de debatir racionalmente. Caemos muy rápido en denostar la postura contraria, no esforzarnos por entenderla y expresarla lo mejor posible. Antes que perder una discusión, preferimos ocultar los argumentos del otro, o distorsionarlos y volverlos irreconocibles. En épocas de corrección política, burla o vulgarización del otro, y de manipulación de información, no nos haría mal rescatar el hábito de la cuestión disputada.

Una lección del siglo XIII para nuestro tiempo.

Tomas Salazar Steiger

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