Apuntes sobre el fascismo peruano

En esta época tan sumida en la irracionalidad y en la que lo único real es lo que dicta nuestro maravilloso mundo interior, se ha hecho frecuente tildar de fascista o acusar de fascismo a todo lo que tenga unos mínimos visos de orden o reivindique una identidad estable o vaya en contra de la sacratísima voluntad del sujeto. Si crees que debe existir una autoridad, eres fascista; si crees que el cristianismo no es una vaguedad buena onda ambientalista y de género, eres fascista; si no crees que los españoles fueron unos genocidas, eres fascista; si tienes ordenada tu vida y huyes de los vicios y las bajas pasiones, eres fascista; si crees que el aborto es una aberración, eres fascista; si crees que los animales no tienen derechos, eres fascista; si rezas tus oraciones antes de dormir todos los días en vez de hacer meditación zen, eres fascista; si crees que existe una bondad, una belleza y una verdad que no dependen de la perspectiva de las personas, eres fascista. Si piensas escribir un artículo que pretenda indagar qué es verdaderamente el fascismo y cómo se manifestó en el Perú, lo siento, eres fascista.

¿De qué hablamos cuando hablamos de fascismo?

Emilio Gentile (2005) caracteriza al fascismo como:

Un experimento de dominación política, puesto en práctica por un movimiento revolucionario, organizado en un partido rígidamente disciplinado, con una concepción integralista de la política, que aspira al monopolio del poder y que, después de conquistarlo, por vías legales o extralegales, destruye y transforma el régimen preexistente y construye un estado nuevo, fundado sobre el régimen de partido único, con el objetivo principal de efectuar la conquista de la sociedad, esto es, subordinar, integrar y homogeneizar a sus gobernados, conforme al principio de politicidad integral de la existencia, tanto individual como colectiva, interpretada según las categorías, los mitos y los valores de una ideología sacralizada en la forma de una religión política, con el propósito de modelar al individuo y a las masas meced de una revolución antropológica para regenerar al ser humano y crear un hombre nuevo, consagrado en cuerpo y alma a realizar los proyectos revolucionarios e imperialistas del partido revolucionario, en procura de crear una nueva civilización de carácter supranacional. (p.21-22)

Más allá del ultranacionalismo, el carácter antiparlamentario, antiliberal, anticomunista, populista, antiburgués, anticapitalista, vitalista, no clerical, corporativo y la retórica violenta, la característica esencial, que no podemos obviar y sin la cual no podemos denominar a algo o a alguien propiamente fascista, es la concepción totalitaria de la política y del Estado (que en buena medida sustenta las características arriba citadas) y que Mussolini grafica en el slogan: «Todo en el Estado, todo para el estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado».

Esto nos lleva a distinguir el totalitarismo del autoritarismo. Todo totalitarismo es autoritario, pero no todo autoritarismo es totalitario. El autoritarismo se basa en el sometimiento a la autoridad, pero no implica en sí la subordinación de todos los ámbitos de la vida a dicha autoridad, no implica la politización de todas las actividades humanas ni la omnipresencia estatal a través de un partido único, que son características fundamentales del totalitarismo.

El totalitarismo es pues un sistema de dominación sin precedentes en la que todos los recursos y todas las energías se movilizan bajo un mando único que exige obediencia incondicional y fe. Es un sistema que pretende absorber todas las funciones de la sociedad. El totalitarismo es el resultado de un triple proceso, de identificación entre poder y sociedad, de homogeneización del espacio social, de encierro de la sociedad. Eso se logra con el partido único de masa, una ideología oficial, (…) que explica cómo la humanidad va de manera ineluctable a un estado perfecto, a partir del rechazo radical del presente; un terror dirigido no solo contra los adversarios, sino potencialmente contra todos, de manera que atemoriza la sociedad, aísla al individuo, forma el “hombre nuevo”. (Meyer 1997:318).

Sin embargo, con estas precisiones solo podríamos definir como totalitarios el régimen nazi y el soviético, ni si quiera la Italia de Mussolini sería fascista. Sin embargo, Renzo de Felice (1975) nos da la solución al distinguir entre «fascismo-movimiento» y «fascismo-régimen», con lo que, aun así no podamos afirmar categóricamente que el régimen de Mussolini fuera totalitario en la práctica, sí lo fue en su doctrina, por lo que sí fue fascista.

Y siendo que, evidentemente, ninguno de los movimientos o personajes estudiados a continuación tuvo la oportunidad de implantar un régimen fascista (lo que es necesario para poder hablar del «fascismo régimen») lo que buscaremos es si la doctrina de estos fue tendiente al totalitarismo.

El partido Unión Revolucionaria

Luego de su forzosa renuncia a la presidencia de la República en 1931 y la convocatoria a elecciones, Sánchez Cerro se ve obligado por la coyuntura a fundar un partido que le sirviera como vehículo para retornar al poder. Así, el 20 de julio de 1931 funda en Lima el Partido Unión Revolucionaria (UR). Sánchez Cerro despertó simpatías tanto en la oligarquía temerosa del APRA, como en la pequeña burguesía ciudadana afectada por la competencia extranjera y en algunos sectores populares que encontraron en él a un líder carismático. Fue así que derrotó a Haya de la Torre en las elecciones de 1931 y se hizo con la presidencia en un ambiente sumamente polarizado.

Pero, ¿era fascista el sanchecerrismo? Gonzalez Calleja (1994) responde: «Pero de hecho la adscripción fascista del movimiento sanchezcerrista no pasó de la exhibición callejera de los “camisas negras”, del elogio retórico a los logros mussolinianos y de la difusión de un vago ideario autoritario y corporativo. El fondo de su doctrina seguía siendo conservador» (p.235). Esto cambiaría a la muerte de Sánchez Cerro y el ascenso de Luis A. Flores (quien no veía a la UR como un partido puramente coyuntural) que originaron la radicalización de las premisas políticas de la UR y la manifestación de aquella “latente vocación totalitaria” que observó Molinari (2006). Así, la UR apareció en un inicio como un movimiento puramente nacionalista, pero, luego de asesinado Sánchez Cerro, proclamó explícitamente su adhesión a la doctrina y praxis fascista que ganó la adhesión de algunos sectores populares deseosos de cambios profundos e ilusionados con la idea de un sistema político corporativista y totalitario.

Respecto al carácter totalitario del partido podemos verificar que la UR cumple con los aspectos cardinales del totalitarismo. En primer lugar «construye un tipo de organización que, por sus características verticales, por su amplitud organizacional-piramidal y por la presencia de sus milicias de camisas negras, define todo un aparato para constituirse estratégicamente en omnipresente y hegemónico no sólo políticamente sino también en la vida cotidiana» (Molinari 2006:327). En segundo lugar, es indudable la preeminencia ideológica intolerante y excluyente que predica la UR que «busca en su estrategia no sólo el enfrentamiento y la derrota “histórica” del denominado “Aprocomunismo” sino su erradicación ideológica y física» (Molinari 2006:324) junto al liberalismo y a cualquier enemigo político. En el número del primero de enero de 1934 de Acción, periódico de la UR, se lee: «solo la Unión Revolucionaria es la fuerza de derecha contra el Apra y no hay más jabón que el que hace espuma. Solo las Camisas Negras salvarán al Perú» (Tomado de Molinari 2006:339). En tercer lugar, está la importancia de la movilización de masas para la UR, que hizo uso de sus milicias, las Camisas Negras, para demostraciones de fuerza en estridentes desfiles, ritos y peregrinajes a la tumba de Sánchez Cerro, eventos en los que abundaban los himnos, emblemas y gestos del fascismo.

Adicionalmente, la UR, manifestando su orientación racista y xenófoba, impulsó campañas propagandísticas contra la inmigración japonesa y promovió la creación de una «sociedad anti-asiática» y una «liga anti-japonesa». En el número de Acción del once de marzo de 1934 manifestaron: «…la impudicia de los amarillos sigue en aumento. Nos proponemos luchar resueltamente contra la invasión amarilla…» (Tomado de Molinari 2006:339) y en el del 30 de abril de 1934: «ya sabemos hasta la exageración que el elemento amarillo no puede parangonarse biológicamente al elemento europeo, es decir a la raza blanca. Es un hecho comprobado no necesita comentarios» (Tomado de Molinari 2006:340).

Tenemos entonces un partido que no solo manifestaba simpatía por el fascismo italiano (y también afinidad con la figura de Hitler), sino que profesaba el totalitarismo propio de un movimiento fascista.

Este partido desde sus periódicos Acción (1933-1936), Crisol (1934), El legionario (1935), UR (1936) y Batalla (1936) difundieron su ideología fascista e hicieron campañas de agitación, propaganda y doctrina atacando a sus enemigos (principalmente al aprismo y al comunismo) con la intención de llegar a las masas populares. Sin embargo, luego de asegurado el orden con el gobierno de Benavides y resuelta la crisis en la que se encontraba el Perú, la UR ya no era de utilidad de la oligarquía ni del gobierno y, más bien, podía constituirse en una amenaza populista, por lo que fue marginada de la política nacional. Con la anulación de las elecciones de 1936, en las que participaba Flores como representante de la UR, el partido fue decayendo, muchos de sus líderes (incluyendo a Flores) fueron deportados y el apoyo popular disminuyó, hecho que se consumó totalmente con la segunda guerra mundial y la derrota de Alemania e Italia.

¿Existió un fascismo intelectual en el Perú en los años 30?

Fernando Silva Santisteban (1982) afirma que entre 1935 y 1939 hubo un ascenso de una corriente pro-fascista con efectos significativos en tres aspectos: gubernativo, político institucional e intelectual. Dice además que el fascismo «desplazó a las ideas liberales y neopositivistas en el contexto del conservadurismo tradicional» (p.132-133). Entre los principales cultores de este fascismo intelectual encontraríamos a José de la Riva-Agüero y a Raúl Ferrero Rebagliati.

Por otro lado, en su libro El pensamiento fascista (1930-1945), publicado en 1981, José Ignacio López Soria señala tres tipos de fascismos: el aristocrático, el mesocrático y el popular. El fascismo popular era, para López Soria, el de la Unión Revolucionaria que ya expusimos arriba. El fascismo aristocrático sería el fascismo propio de la oligarquía, cuyo representante sería José de la Riva-Agüero y Osma, y el fascismo mesocrático sería el promovido por la Acción Católica y una larga lista de intelectuales entre los que nombra a Alfredo Herrera, Carlos Sayán, Octavio Alva, Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone, Carlos Miró Quesada Laos, José E. Ruete, Luis Humberto Delgado, Raúl Ferrero Rebagliati, Guillermo Lohman Villena, Pedro M. Benvenutto Murrieta, Víctor Andrés Belaunde, Roberto Mac Lean Estenós, Alfonso Tealdo, Simi, Aurelio Miró Quesada Sosa, el Padre Francisco Jambrina, Raúl Mugaburu, Fernando A. Franco, Miguel Pascuale, José Jaime Ascua, Luis Doreste, César Miró, Cristóbal Losada y Puga, Carlos Pareja Paz Soldán, Gonzalo Herrera, Mario Alzamora, César Arróspide, J. Ismael Bielich, Jorge del Busto, J. Dammert, Eulogio Romero Romaña, entre otros.

¿En verdad teníamos tantos teóricos del fascismo en el Perú? ¿La acción católica era fascista?

Creo que el carácter verdaderamente fascista, y por tanto totalitario, de estos «fascistas» puede ser discutido. Parece que, López Soria cae en la tentación simplista de denominar a todo lo que es antiliberal y anticomunista, o que tiene simpatía por el régimen franquista o mussoliniano (que de ninguna forma podemos llamar totalitaristas), como fascista.

Creo que es prudente señalar con González Calleja (1994) que «el fascismo fue más que nada un juego teórico elaborado por alguno intelectuales a mitad de camino entre la reflexión erudita sobre la identidad peruana y la tentación del intervencionismo político» (p.254). Es indudable que existía una cierta admiración por el fascismo entre los intelectuales, pero recordemos la época polarizada y convulsa en la que vivían, que veían ante ellos el desmoronamiento de los valores tradicionales de la civilización cristiana que hasta antes de la Gran Guerra tenían cierta vigencia. Para un intelectual católico que ve que Mussolini «…ha restablecido en las escuelas la instrucción religiosa y el crucifijo; ha abolido el divorcio; ha estimulado la moralidad y la fecundidad de las familias…» (Riva-Agüero 1937: 484) el fascismo se ve como una opción tentadora. El fascismo, en la década de 1930 (lo que cambiaría radicalmente en la década de 1940) es visto como la alternativa contra la «barbarie comunista» y la anarquía. Así, hay quienes caen ante la tentación del intervencionismo estatal de un «régimen de concentración, autoridad y rigor» (Riva-Agüero 1937: 60).

Esto no quita que probablemente alguno de los intelectuales nombrados por López Soria sí sea verdaderamente totalitarista. Lo que sí se puede afirmar es que hubo una tendencia filofascista, un «fascismo intelectual» no totalitarista. Para ilustrarlo es conveniente revisar lo que Raúl Ferrero, considerado por Silva Santisteban (1983) como el verdadero ideólogo del fascismo peruano, afirma:

Que el Estado se incorpore las fuerzas nacionales, que jerarquice y discipline los elementos que dentro de la democracia son anárquicos y hasta opuestos; todo ello está bien. Pero que el Estado, invocando un totalitarismo pagano, triture la personalidad, supedite a la religión, atropelle hasta sus bases la libertad de enseñanza y exalte el sentido de la raza hasta un punto de agresividad, es ya muy otra cosa. (Raúl Ferrero en López Soria 1981:102-103)

Por otro lado, es incoherente denominar a la Acción Católica como fascista. El totalitarismo implica la politización de todos los aspectos de la vida del hombre, la identificación entre Estado y sociedad, y, por tanto, la absorción por el Estado de todas las instituciones que medien entre este y el hombre. Por tanto, la propia naturaleza de la Acción Católica, como cuerpo medio, es incompatible con un Estado totalitario. Así lo entendió el Papa Pio XI y en su encíclica Non abbiamo bisgno de junio de 1931 denuncia el régimen de Mussolini y la estatolatría que profesa y hace una defensa de la Acción Católica italiana, perseguida por Mussolini.

¿Dónde encontramos el fascismo en el Perú de hoy?

Ahora cabe preguntarse ¿el colectivo con mis hijos no te metas es fascista? ¿Fuerza Popular es facista? ¿César Acuña es fascista? ¿Algún candidato de “derecha” es verdaderamente fascistas? ¿es fascista quien está orgulloso de su legado hispánico? ¿las personas que profesan una fe no relativista son fascistas? ¿mi hermano que tiene todo ordenadito su cuarto es fascista?

El progresismo actual que usa el adjetivo fascista para denigrar todo lo que no es entendible desde la óptica heredada de la Revolución francesa. Pero sería bueno que en verdad analicemos las propuestas de sus principales voceros y políticos y nos preguntemos ¿acaso no tendrán un carácter totalitario sus postulados, las políticas de género, por ejemplo?

Juan Carlos Nalvarte Lozada

Referencias bibliográficas

Gentile, Emilio

2005    La vía italiana al totalitarismo: partido y estado en el régimen fascista. Buenos Aires: Siglo XXI Editores

Gonzales Calleja, Eduardo

1994    «La derecha latinoamericana en busca de un modelo fascista: La limitada influencia del falangismo en el Perú (1936-1945)». En Revista Complutense de Historia de América. n.20, pp. 229-255.

López Soria, José Ignacio

1981    El Pensamientos fascista (1930-1945). Lima: Francisco Compadonico /Mosca Azul Editores.

Mendieta Pérez, Michael

2013    «La Influencia del Fascismo en el Perú: un acercamiento historiográfico». En Nueva Crónica, n.1, pp. 1-13

Molinari, Tirso

2006    «El partido Unión Revolucionaria y su proyecto totalitario – fascista. Perú 1933-1936». En Investigaciones Sociales, Año X, n.16, pp.321-346.

Riva-Agüero, José de la

1937    Por la verdad la tradición y la patria. T1. Lima: Imprenta Torres Aguirre.

1975    Obras completas. T. X. Lima: Instituto Riva-Agüero.

Silva Santiesteban, Fernando

1982    Historia del Perú Republicano. Lima: Ediciones Búho.

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